Al hablar con un
casi extraño sobre este tema lo primero que se evidencia es que es un evento
que sucede con todos. Sin embargo, ahora sucede con mayor frecuencia, en
cualquier clase de círculo, sin que su presencia se ocupe de llenar una casilla
calificativa.
La atracción del
hombre por reducirse es atractiva desde lo curioso y lo simple, pero no deja de
ser angustiante por las nuevas formas de sumisión de la codicia, aquella que
motiva en muchos casos y en otros momentos puede significar un silente enemigo
con enmiendas letales.
Todas las
conclusiones de este escrito –si es que lo son- hacen parte de la aguda reyerta
del contacto permanente con las trivialidades de los demás, quienes en su
mayoría se sienten en necesidad de tener que contar algo, por nimio,
irrelevante o falso que sea. Hay que ser claros, cuando se publica algo la
intención nata es contarlo, que se sepa, que se conceptualice y al final, como
todo, se genere un juicio que quizás le importa a… ¿nadie?
Y eso ha sucedido
con la cosificación de los hombres. Son generaciones vanguardistas las que
buscan contar fragmentadas historias cuyos momentos de crudeza y dolor nunca
parece, precisamente aquellos episodios enriquecedores. Y en realidad, dentro
de ese mar de dudas nace la desconfianza hacia aquellos que se sienten
representados por cosas que desean tener, hacer y magnificar con colores
ángulos y filtros.
Cualquiera se
podría ir al caso… Ahora pocos publican sus talentos y sus logros en sus
irrelevantes y obsolescentes historias. Lo que es común ver es un ciclo eterno
de sujetos mostrando que comen –como todos-, que corren –como todos-, que
viajan –como todos-, que pueden amar –como todos-, pero nunca que sufren –como
todos-.
Por eso lo
pusilánime de todas estas cosificaciones, de aperturas vacías a vidas
irrealizables, pues simplemente hay empeños vacíos como estos de querer vidas
episódicas. Quizás, a raíz de todo ello, resulta difícil creer en estas
historias existenciales que no llevan hilos conductores, sino que parecen
narradas por flashes o momentos reveladores.
Pero, en realidad,
¿a qué va esto? Para soslayar aquellas dichas con las verdaderas necesidades…
¿Qué hacen falta más cenas fastuosas, reconocimientos de falsos méritos en
caminadoras, de salir más allá de las esquinas más próximas, para conocer y
tener algo que realmente contar, de saber que como se quiso, también se puede
odiar o recordar?
Así que no queda
más que desconfiar de aquellas historias perfectas, que aunque no dicen nada,
pretenden sustentar vidas perfectas en infiernos perfectos. Por ello, siempre
tendrá mayor valor de verosimilitud apreciar el silencio de un atormentado, que
los falsos ascensos del cosificado. Pero, lo más inentendible, y hasta
inenarrable, es que hay quienes quieren todo eso, lo envidan, lo desean, lo
buscan, lo viven, y después solo quieren morir. Mucho más fácil es vivir de
verdad y ciertamente, ya otros han vendido y comprado todo aquello que quieren
ahora ofrecer.