Columna publicada originalmente en La Patria
Visité mi colegio, el Seminario
Menor –Semenor–, hace apenas algunos días para hablar con los estudiantes
próximos a graduarse y entender cuáles son sus expectativas y sus miedos de
cara a la vida que se inicia una vez terminen sus estudios de bachillerato.
Escuchamos muchas historias; unos todavía temen al concepto regresivo de padres de familia que exigen que sean ciertas carreras las que se acepten por sus hijos para poderles pagar la educación superior; también, los que no saben cómo financiar esa etapa, puesto que no han recibido, como muchos de nosotros, educación financiera; cátedra que debería enseñarse desde lo más elemental de la primaria. Estaban los que saben lo que quieren, pero no conocen cómo lograrlo.
Pero, como lo he
notado en muchas charlas con adolescentes, estos carecen de muchas herramientas
en habilidades socioemocionales para entender las complejidades que trae la
existencia, justo cuando faltan algunos meses o pocos años para llegar a la
mayoría de edad.
Probablemente nos pasó
a nosotros cuando nos graduamos y salimos a un mundo absolutamente hostil, con
pocas herramientas para reaccionar a las dificultades y entendiendo el progreso
personal como una dificultad exponencial. Y así nos pasamos la vida: de crisis
en crisis, lidiando con emociones que van rotas de punta en punta.
Todos los colegios
deberían hacer una mayor apuesta por las habilidades socioemocionales desde los
primeros grados de primaria y acentuando la necesidad de hablar de
sentimientos, perder el miedo a conversar directamente sobre lo que sentimos y
a afrontar la angustia que en ocasiones puede provocar hacer preguntas, muchas
incómodas. Esta desconfianza muta y pasa del colegio a la universidad, de allí
al trabajo y se anida en el hogar: es un ciclo interminable.
Las plantas de
profesionales en todos los colegios deberían apostar mucho más en
psicoterapeutas especializados en atender el público infantil y juvenil. Por
tal, me alegró que el Semenor ya es consciente de estas necesidades dentro de
sus estudiantes, pues guiarlos con tacto es lo que evita casos tan sonados de
matoneo o bullying que se han
conocido en otros planteles. Profesores con empatía son una urgencia escolar,
como el internet o la nutrición.
Un niño con
orientación psicológica seguramente será un adolescente y adulto con conocimiento
de lo que siente, que procurará entender lo que le sucede, en lugar de huir o
posponer reacciones que son necesarias y urgentes. Por tal, la educación debe
ser socioemocional. Sí, las clases magistrales de matemáticas, lenguaje o
química son fundamentales dentro del broche académico que tiene un bachiller,
pero ese apellido no puede ignorar la formación como persona de valores que
debe tener un joven en quien la sociedad tiene puesta su esperanza y busca ser
entendido y comprendido. ¡Vamos a aprender de los estudiantes!
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