Errar bien puede ser una bendición inadvertida y que sufre de la más agreste de las famas. La noción social de equilibrio vital conduce a evitar cuanto sea posible la comisión de errores, como si ello fuera un punto fundamental para destruir una senda.
Pero, más allá de cualquier difamación moralista, cometer errores es la mejor forma de calmar la mente —o el alma, dependiendo de la arista que se tome— y con la cual la redención de la realidad adquiere sentido.
El error en su génesis sufre de miedo y desprecio. Luego, produce zozobra, pánico; miedo. Después llegan las dudas que quieren dar con la razón de su existencia, de su haber en la propia existencia y los cambios que posiblemente estos puedan forjar.
Si no hay error, no hay vida. Es simple. El error, en consecuencia, lleva vida y dinámica. El cambio depende básicamente de errar, sea con voluntad o con dolo. La verdad de la vida está en reparar y mejorar, lo cual resulta imposible si se le hace 'el quite' al dolor, o lo que muchos llaman el pecado.