Fuiste una mujer luchadora. Hasta el final de los días diste de qué hablar. Aún nuestras conversaciones se soslayan en la maravilla de tu existencia. Y es que sí, ha sido muy complicado verte partir. No fui siquiera capaz de ver tu cara una vez en el cajón. Sólo pude asomar un ojo para verte parte de ese bello rostro, ese que aún conservo en mi memoria como un vestigio de una hermosa amistad, la misma que me determinó para abandonar muchos aspectos que ataban mi vida.
Y es que resulta imposible recordarte sin al menos un recuerdo hermoso, en el que nos dejas hermosas sonrisas, esa que siempre prediscaste, con tu muy hermosa tranquilidad. Qué osada fuiste. Cuanta verdad en tantos gestos. Y tus hijos, qué bellos son. Aún los veo y no lo creo. Unos tremendos luchadores que siguen el camino y no se quedan como nosotros, unos tristes mortales que aún lamentamos que te hayas ido a un mejor lugar, lejos de tanta gente que te hizo sufrir, de esa madre que te abandonó. Pero, sabes, querida Sandra, nada me hace más feliz que saber que aterrizaste en nuestra familia, que disfrutaste cada una de mis ocurrencias y me brindarte el más cálido embrujo para tenerte siempre en mi corazón. Aún no creo lo que pasó. Lo sé. Entiendo que pasaste por el dolor más grande, pero aún no lo asimilo. Así, y todas las cosas, sólo quiero agradecerte por la magnificencia de tu vida y por haber adornado mi existencia con tantas sonrisas, de gratitud y jolgorio.
Debes saber que no olvido ese día que bailamos la hora loca, bajo tanto calor, en una noche con alto fogaje. Ese día me marcó y ha sido de lo mejor que me ha ocurrido en mi vida. Sonreías. Parecía que fuiste feliz. Y eso nos hizo a todos felices.
Gracias siempre. Feliz viaje. Te extraño cuando contestas el teléfono y en muchos momentos. Ya llegaremos nosotros.
Raudal de creaciones someras. Soy un sempiterno aspirante a meteorólogo y psicoterapeuta. Notificador de noticas. Incomprendido. Escuchador. Terco.
Páginas
Busque en este blog o en Google
sábado, 31 de enero de 2015
martes, 20 de enero de 2015
La muerte de un amigo
Siempre
temí escribir esta entrada. La había pensado hace años, ya. No murió el que
pensaba que iba a morir, murió al que iba a buscar para el consuelo. Y quizás
eso hace todo aún más complicado. No lo sé.
Esta
es la historia de don Alfredo, Alfredito, el doctor Gerena y cuantos convites
le hice en cinco años de cercanía con el cantinero que siempre escuchó y pasó
los malos y muchos buenos tragos. Es más, me parece peyorativo decirle
cantinero, ni barman, ni alguna de esos oficios varios. Alfredo sabía y tenía
una cosa que ya casi nadie sabe ni tiene: servir. Pulcritud y amabilidad. Ése
era él. Le conocí cuando inicié mi universidad, justo en el primer semestre.
Dedicaba los miércoles para ingerir licor con otros amigos de otra universidad,
no porque quisiéramos desafiar el sistema o algo así, sino porque estábamos
cómodos y alegres. Nos sentíamos como en las salas de estar de nuestras casas.
Y,
probablemente, fue así como me enamoré de Baco, la que bien pudo ser la casa,
por encima de cualquier vivienda, de Alfredito. En Baco había de todo, como en
botica. Para un taurino, era ese momento de temporada que uno no temía que llegara
al domingo. Para cualquier otro, un sitio con una moral cultural invaluable,
llena, en cada una de sus esquinas y techos, de historias. Desde una cabeza de
toro hasta una bola de espejos. En Baco había de todo. Lo mejor, eso sí, era su
dueño. Porque no hay Baco sin Alfredo, ni mucho menos pudo existir el Alfredo que
conocí sin Baco.
Dentro
de Baco no existían calendarios. Raramente vi uno. Siempre era viernes, sin
importar la fecha. Había aroma y ambiente festivo. Don Alfredo a veces se iba
de su negocio y cuando volvía, nos encontraba sentados —a mis mejores amigos,
porque solo a ellos les convidaba el placer de ir a Baco—, una vez adentro, nos
saludaba con una sorpresa llena de picardía, remarcando el milagro de la visita
o la ironía por volver tan prontamente pese a las resacas.
Un
muy buen amigo me decía en la visita al servicio de velación, a quien le duele
tanto como a mí la partida súbita de Alfredo, que el sitio era perfecto.
Ofrecía comodidad, música al tono perfecto, además de atención sin igual. La
bohemia en pleno. El tubo de escape al esplín propio de la realidad.
Alfredo
se fue en su ley. Rápido y en su hogar, el mismo que nos abrió a todos, sin
importar cómo fuésemos y con quién fuésemos. Me duele saber que lo más posible
que es jamás estaré de nuevo en él. Y es ello lo que, quizás, me desgarra
cuando termino de escribir este texto desordenado… Con Alfredo también muere
una etapa de mi vida que no tenía preparada para dejarla partir y eso es lo que
pasa, que se marcha un amigo y también una buena parte de nuestra nueva
esencia.
Por
eso, siempre te digo, y aunque deba apretar las muelas a su máximo punto para
no caer, gracias, millones de gracias don Alfredo Gerena. ¡Gracias por tanto,
buen hombre!
Descansa
en alta paz con tu Yiyo y tu amada Rocío Dúrcal. Sé que estás muy bien con
ellos. Ya nosotros nos ingeniaremos algo. Hasta luego, MINISTRO.
martes, 13 de enero de 2015
El punto de quiebre
Salud es llamar las cosas por su nombre, a pesar del dolor o la dicha que las mismas puedan traer a la condición existencial. Inquietarnos por la retribución de las cosas es como respirar, suele ser un evento mezquino, pero profundamente importante. Todos queremos nuestras partes, desde los justo y lo equitativo.
Pero cuando esa sustracción de elementos no comprende una clara conjunción, no hay forma de reparar. El proceso de evaluación autodestructiva comienza como si se tratara únicamente de la normativa clara de la egolatría. Son esos instantes, algo lapidarios, que dan a entender que todo sale mal, y así, hasta alcanzar un fondo que no existe, porque suele ser más superficial cada vez, aunque se le notasen más honduras.
No sé con qué seguir. Después intento más...
Pero cuando esa sustracción de elementos no comprende una clara conjunción, no hay forma de reparar. El proceso de evaluación autodestructiva comienza como si se tratara únicamente de la normativa clara de la egolatría. Son esos instantes, algo lapidarios, que dan a entender que todo sale mal, y así, hasta alcanzar un fondo que no existe, porque suele ser más superficial cada vez, aunque se le notasen más honduras.
No sé con qué seguir. Después intento más...
Suscribirse a:
Entradas (Atom)