Perdonen el siguiente exordio:
Desde hace poco hay un pensamiento que se encajó en mi filosofía. Uno que puede ser malo, pero también; bueno. En realidad es un sentimiento, quizás, con tiempo de vencimiento como todas las emociones.
Desde hace poco hay un pensamiento que se encajó en mi filosofía. Uno que puede ser malo, pero también; bueno. En realidad es un sentimiento, quizás, con tiempo de vencimiento como todas las emociones.
Moral, ¡cuánto te
odio! Moral de máximos y moral de mínimos.
Pocas cosas
recuerdo, en verdad, de mi clase de ética periodística. Pero saber que existe
esa medición de desgracias y oportunidades logra agotar esa tolerancia de
las que muchas veces dudo que exista. La moral es una maldición impuesta bajo
los más férreos temores y dogmas, la que nos ha convertido en jueces y señores
de actos ajenos, con capacidad propia de saber qué está bien y qué está mal en
una mente ajena.
¿Por qué algunos se toman el
descaro de juzgar a alguien porque se recrea viendo pornografía? ¿Por qué lo
llaman algo inmoral? ¿Por qué las personas no pueden hacer sus cosas
libremente? ¿Somos una sociedad tan reprimida?
El catalizador de estas dudas
existenciales es el video que he incrustado al final de este demencial escrito.
Ya ustedes juzgarán por qué no lograremos tener éxito en la vida, acostumbrados
a imponer nuestra pobreza, la razón por la cual vivimos centrados en la miseria
intelectual y social. Nadie puede ser mejor que nosotros; todos debemos ser
igual de acomplejados.
Eso somos nosotros. Unos avaros.