Quienes somos “vieja guardia” en Twitter [del 2010 hacia
atrás] recordamos las innumerables veces que la plataforma se ‘caía’,
dejándonos con pensamientos retenidos en la mente o esperando por la
publicación del mensaje, que caía en un loop
infinito.
Para la época, la otra opción era ir a Facebook, pero no
sonaba tan agradable. En el mundial de fútbol del 2010, en cada gol de
Alemania, Twitter se iba al suelo. Además, había criollos que escribían: “Toooor!”,
en lugar de gol. Aún no es claro si esto pudo contribuir; los expertos lo dirán.
Después de refrescar el ingreso a la página, aparecían unos pájaros rojos
rescatando, con una red, a la pesada ballena, que podría reflejar el tráfico
tuitero y el ruido de tantas voces gritando en simultánea.
Hace poco estuve dialogando con mi amiga médica, la
brillante Natalia Medina Jiménez, sobre el post
anterior titulado ‘Soy bipolar’, con el cual quise hacer una exposición de las
exigencias químicas del trastorno y de que no se trata de una situación “voluntaria”
o de ponerles “ganas a la vida”, como muchos la resumen y la reducen.
Luego, le comenté que, en cierta manera, la bipolaridad era
como las ballenas. Si se trastorno es tipo II, y se es más proclive hacia la
depresión, tenía aún más sentido. Las ballenas van bajo el agua, de repente
suben, se dan un efímero baño de sol y se vuelven a hundir. Pero esto es solo
una analogía.