Confieso que cuando comencé a
escribir esta entrada, el procesador de texto tuvo un inexplicable infarto y
borró todo lo que ya había escrito. Así que trataré de honrar la memoria de la
inspiración y recalcar el punto.
Nunca corremos tanto riesgo de
estar equivocados como cuando tenemos certeza plena –y hasta ciega- de conocer
lo correcto. Bajo la testarudez de haber aprendido, reconocemos que no nos va
fácil en desaprender. A veces hasta nos parece una bajeza tener que desprendernos
de aquello que nos acompañó toda la vida y ya no lo puede hacer por invalidez.
En ocasiones, desarrollamos una
entretela por la duda causada por la conciencia y la fría certeza venida por la
razón (o el ego). Asumimos que las cosas son así porque así las entendemos. Es
decir, nuestro mundo interior se reduce para poderse hacer digestión cada que
se quiere y después decimos que hay cosas que no salen de nuestra cabeza.
Un ejemplo claro de nuestros días
pueden ser los padres de familia de un hijo homosexual. Por años, los padres
quieren que el hijo les dé nietos, mientras que el hijo quiere ser quien es.
Cuando llega el momento del hijo de aclarar quién es, entonces, los padres
pueden:
- Desaprender lo que por años creyeron y estuvieron convencidos y recibir a su hijo conforme es.
- Aferrarse a lo que aprendieron (como si eso tuviera vida per se) y rechazar a su hijo porque están convencidos de cómo debe ser la vida de él.
- Quedarse en silencio, sin tomar posición, porque no es interés de ello indagar en la vida de su hijo.
- Castigarlo por ser naturalmente su hijo. #Idiotas
Conforme crecemos, creemos que debemos
combatir la inseguridad. Ergo, debemos tener plena certeza de lo que hacemos,
porque la inseguridad es de débiles, dudosos, pensativos y quizás, para lo que ya
nos pide la vida, no tendremos tiempo porque estaremos, como máquinas de precios de un supermercado, tratando de revalidar nuestro valor. En realidad, cuando nuestro ánimo
radica en reducir la posibilidad de incertidumbre, lo que hacemos es demeritar
nuestro libre albedrío; tanto podría ser que es hasta amarrarlo: que sea lo que
tenemos que pensar y, si no es así, carece de funcionalidad. Esa vida parece no servir.
Otro ejemplo: quien se interesa en
otra persona, pero la ata tanto a sus propias ilusiones que termina por
deformar quién la otra persona es en realidad para ajustarla a múltiples cánones
y frascos emocionales. Después terminan por decir: "me desilusioné".
Todo parece que tuviera que estar
hecho a nuestra medida, a nuestro gusto y… Si no nos gusta, pues fácilmente es
reprochable. Por eso, cuando estamos tan convencidos de lo que nos gusta, es
porque estamos todavía más firmes en todo lo que nos podemos perder. Esto nos pasa a todos cuando formamos nuestra psiquis juvenil.
Lo peor, creo yo, es cuando
perdemos oportunidades y personas, por estar convencidos de que debemos
comernos el mundo, pero nunca ayudar a rotar a otro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario