Salud es llamar las cosas por su nombre, a pesar del dolor o la dicha que las mismas puedan traer a la condición existencial. Inquietarnos por la retribución de las cosas es como respirar, suele ser un evento mezquino, pero profundamente importante. Todos queremos nuestras partes, desde los justo y lo equitativo.
Pero cuando esa sustracción de elementos no comprende una clara conjunción, no hay forma de reparar. El proceso de evaluación autodestructiva comienza como si se tratara únicamente de la normativa clara de la egolatría. Son esos instantes, algo lapidarios, que dan a entender que todo sale mal, y así, hasta alcanzar un fondo que no existe, porque suele ser más superficial cada vez, aunque se le notasen más honduras.
No sé con qué seguir. Después intento más...
Raudal de creaciones someras. Soy un sempiterno aspirante a meteorólogo y psicoterapeuta. Notificador de noticas. Incomprendido. Escuchador. Terco.
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martes, 13 de enero de 2015
martes, 18 de noviembre de 2014
Saber huir
Trataré de ser breve: estoy algo somnoliento, la
lluvia me arrulla y la inspiración no creo que tenga el kilometraje para otra
entrada llena de sentimiento cursi y despreciado.
Así que me iré por una intentona de explicación de
algo que apenas entiendo.
Dicen por ahí que cuando una puerta se cierra, mil se
abren. Aunque la exageración de este dicho es algo grosera, sí tiene tintes de
certeza. No porque realmente lleguen nuevas oportunidades a la vida, sino
porque finalmente salimos del trance deplorable de priorizar casos sobre otros
que aún no han gozado del derecho del reconocimiento.
Eso sí, lamentable sí es, pues, que abrir las nuevas
puertas exija perder la esencia. No es posible que sea perentorio un cambio de
filosofía para poder aprovechar las oportunidades nuevas. ¿Entonces qué sentido
tiene habitar con el pensamiento ajeno? Y es que uno de los grandes problemas
de esta edad es creer que a la otra persona hay que ordeñarla (no sean
malpensados) bajo dosis de incertidumbres, intrigas y actos groseros… A lo
último siempre he sido vehemente: ¡qué feos son los chats notificando cuando
alguien deja algo leído! Me quedé en las llamadas; quizás las videolladas,
porque gozan de tacto y emoción, curiosamente. Pero, peor así, es que haya
quienes crean que eso es parte de una brillante estratagema para conquistar o
llamar la atención de alguien. ¡Por favor! A todo esto hay una preciosa
vulgaridad anglosajona: Bullshit.
Y eso es lo que ocurre. Si la oportunidad se pierde
fresca, no queda más que olvidarla y seguir luchando por observar otras a pesar
de estar sobre ellas… Pero nunca se debe renunciar a la esencia, dado que
considero que la avaricia temporal y social es uno de los defectos más
aterradores de un ser humano. Puede ser por falta de control o porque nunca podremos
o podrán, quién sabe, salir de los casi circadianos problemas y dramas.
El que quiera, que quiera y lo consiga y el que no,
que mejor sepa huir.
Y... No seamos tan procaces, aún tan precoces.
Y... No seamos tan procaces, aún tan precoces.
sábado, 8 de noviembre de 2014
Programming alert
Notificamos del paso de un huracán con nombre castellano que dejó muchos daños en la zona, pero, finalmente, conservó la esencia de los sufridos. Un huracán de buena cara capaz de generar daños sin consentimiento ni remordimiento. Pésima representación de su gremio.
Se solicita a la audiencia ignorar las previas dos entradas, de paso.
Volveremos dentro de poco por este mismo canal.
martes, 28 de octubre de 2014
El error
Debo confesar que la noche de ayer lunes tenía muchos
motivos. Pensé en pausar mi sueño nocturno para redactar esta entrada. Sabía
que si lo hacía así, perdería toda la noche; terminaría desvelado por todos los
pensamientos intrusivos que, como cascada del más borrascoso río, llegaban a mi
mente, atormentándome por una sola cosa: cometer un error y herir al inocente.
Cuando se lleva una errata entre pecho y espalda no se
es persona.
Hace poco veía en televisión una entrevista a Yidis
Medina, una señora que como un ‘mágico’ de la época del narcotráfico, llegó de
barrer cafeterías en Barrancabermeja (Santander) a decidir el curso de la Carta
Magna de Colombia. Ella votó, prevenida de pensamientos y ambiciones, la
reelección presidencial que le dio el segundo término ejecutivo a otro
utilitarista político. Ella no sabía lo que hacía; solo pensaba en lo que
soñaba, en la mentira que se creyó, en el engaño que compró, sin pensar en que
el daño ya estaba hecho.
Y ése es precisamente el precio de los errores. Los
yerros, como me enseñaron en el colegio a llamar a los más vergonzantes y
difíciles de superar de su índole, no se desprenden hasta acabar con todo,
hasta lograr que la culpa consuma por doquier lo que ve; lo bueno, lo malo y lo
loable. A que las buenas acciones del pasado sean un episodio más para validar
aquella frase del reverendo Martin Luther King Jr. en la que advertía: “Nada se
olvida más despacio que una ofensa; y nada más rápido que un favor”. Y sí.
lunes, 20 de octubre de 2014
No hay título. Digresión.
Ciertamente, durante días recientes he encontrado la
mejor compañía en la música. Y con ello no supongo que los sonidos reflejan en
mí simple movimiento en los osículos auditivos, sino que fuerzan una activación
interior que me obliga a escuchar una pista una y otra vez. Como dirían los estadounidenses,
en medio de su vasta creatividad lingüística, over and over.
Fue precisamente la radio, esa que pongo cada mañana
mecánicamente a que me hable sin que se sienta ofendida porque le ignoro la
mayoría del tiempo, la que me trajo a la vida la trompeta y las notas de Herp
Albert & The Tijuana Brass. Taste of
Honey, Spanish Flea, Limbo Rock y Tijuana
Taxi componen desde hace un par de semanas cada uno de mis días; quién sabe
hasta cuándo o en qué punto me canse.
Soy creyente de la música como fondo memorial de los
ciclos varios de los que se compone la existencia. Solo basta con escuchar una
canción para rememorar, llorar, alegrarse, sentir nostalgia o, simplemente,
mover cualquier parte del cuerpo al ritmo de los instrumentos. Letras y composiciones se enganchan en el
recuerdo para hacernos sentir, para conmutar mente y cuerpo en la más ridícula
armonía. También es una forma de vivir, de sentir.
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