martes, 2 de junio de 2020

Un empate valiente

Para comenzar este relato debo poner el vaso de agua tranquilamente sobre la mesa y buscar una razón del porqué a la confusión entre competencia y rivalidad. Hay quienes creen que toda competencia es una encarnada rivalidad, mientras que discurren que la competencia es una bronca moral o de ejercicio.
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A veces, esta vida de ganadores y perdedores, nos propone empates. Entonces, nos deja con las fiestas organizadas e infértiles mientras que las broncas y las excusas se apilan como los deseos de victoria. Pero no es así… Quedamos muchas veces en tablas y no sabemos, entonces, cuál es el camino. ¿Sumamos o restamos? Es la doctrina del blanco y del negro la que nos dice que empatar es algo… ¿reprochable?

Por ejemplo, en el fútbol americano, sobre todo en la NFL, no hay peor cosa que un empate. En las tablas de posiciones o registro, los empates se relegan a un tercer dígito. Un equipo puede tener 4-3-1: cuatro partidos ganados; tres perdidos y uno empatado. Son tan exiguas las ocasiones en las que eso sucede que los empates hacen sobresalir a los equipos por encima de su propia marca de partidos ganados. A veces los empates, las tablas, las igualdades, paradójicamente, nos hacen sobresalir. Incluso, los “comentaristas de fútbol” llaman a eso con un término amorfo y vulgar: “empatitis”.

La vida nos deja en tablas cuando buscamos algo, pero no nos lo otorga, pero tampoco, fehacientemente, nos lo niega. Entonces, quedamos buscando norte… ¿o sur? (¿Por qué siempre debe ser el norte?) Y ahí decimos ahora qué. Lo peor que se puede hacer en estos casos es interpretarlo como una demoledora derrota; aunque no es buena idea pretender que son victorias pírricas que nos pueden enceguecer.


Levanto mi vaso de agua y siento que tengo el sorbo de la victoria porque, finalmente, entendí que no son ni políticas ni rivalidades; la vida se trata de actos de valentía. Quizás por eso prefiero Corazón Valiente, película que apenas vi el año pasado, y que enseña que el valor en la voluntad es timbre suficiente para bordar gestas, mejor que triunfos o victorias.

Los triunfos se van, duran hasta que llega la siguiente preocupación o el siguiente asomo de derrota. Las hazañas o proezas tienen vida eterna, porque se inscriben siempre gallarda o heroicamente en las mentes de los participantes. No con ello busco que nos clausuremos a ganar, pero, más que eso, a saber, cómo hacemos de nuestra valentía nuestro sello personal para conseguir lo que buscamos y… Si no logramos o conseguimos, entonces, no será un empate.

A veces no somos conscientes de nuestros actos cuando están enraizados en valentía, que por momentos nos hacen sentir inseguros de lo que hemos hecho porque –claro está– las muestras de valor o de coraje hacia alguien o algo no suceden a diario. Algunas son planeadas al detalle con cautela para lograr seducir y cautivar, mientras que otras, como las de William Wallace que se ven en Corazón Valiente, emanan inspiración emocional y sentimental, querosene de quienes aman hasta más allá del fondo. 

Y aquí nos preguntaremos… ¿Qué preferimos? ¿Buscaremos las tibias garantías de un empate? ¿Querremos una revancha comandada desde el ego que nos pueda causar una derrota? ¿Dejaremos las armas en tierra y nos conformaremos con lo que sucedió, como si se tratara de un ingrediente vitalicio?

La valentía está en nosotros; pero hay que hallarla. Cuando la tengamos, las sensaciones serán variadas: irán desde el miedo hasta la sensación de caos, podría venir empañada de arrepentimiento o vergüenza. Pero, hay que refrendarlo: la valentía vence por sí sola y es todo lo que tenemos... Y necesitamos.

Aprecien sus valentías y a sus valientes.

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