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A veces, esta vida de ganadores y perdedores, nos propone empates. Entonces, nos deja con las fiestas organizadas e infértiles mientras que las broncas y las excusas se apilan como los deseos de victoria. Pero no es así… Quedamos muchas veces en tablas y no sabemos, entonces, cuál es el camino. ¿Sumamos o restamos? Es la doctrina del blanco y del negro la que nos dice que empatar es algo… ¿reprochable?
Por ejemplo, en el fútbol americano, sobre todo en la NFL,
no hay peor cosa que un empate. En las tablas de posiciones o registro, los
empates se relegan a un tercer dígito. Un equipo puede tener 4-3-1: cuatro
partidos ganados; tres perdidos y uno empatado. Son tan exiguas las ocasiones
en las que eso sucede que los empates hacen sobresalir a los equipos por encima
de su propia marca de partidos ganados. A veces los empates, las tablas, las
igualdades, paradójicamente, nos hacen sobresalir. Incluso, los “comentaristas
de fútbol” llaman a eso con un término amorfo y vulgar: “empatitis”.
La vida nos deja en tablas cuando buscamos algo, pero no nos
lo otorga, pero tampoco, fehacientemente, nos lo niega. Entonces, quedamos
buscando norte… ¿o sur? (¿Por qué siempre debe ser el norte?) Y ahí decimos
ahora qué. Lo peor que se puede hacer en estos casos es interpretarlo como una demoledora
derrota; aunque no es buena idea pretender que son victorias pírricas que nos
pueden enceguecer.
Levanto mi vaso de agua y siento que tengo el sorbo de la
victoria porque, finalmente, entendí que no son ni políticas ni rivalidades; la
vida se trata de actos de valentía. Quizás por eso prefiero Corazón Valiente, película que apenas vi
el año pasado, y que enseña que el valor en la voluntad es timbre suficiente
para bordar gestas, mejor que triunfos o victorias.
Los triunfos se van, duran hasta que llega la siguiente
preocupación o el siguiente asomo de derrota. Las hazañas o proezas tienen vida
eterna, porque se inscriben siempre gallarda o heroicamente en las mentes de
los participantes. No con ello busco que nos clausuremos a ganar, pero, más que
eso, a saber, cómo hacemos de nuestra valentía nuestro sello personal para
conseguir lo que buscamos y… Si no logramos o conseguimos, entonces, no será un
empate.
A veces no somos conscientes de nuestros actos cuando están enraizados
en valentía, que por momentos nos hacen sentir inseguros de lo que hemos hecho
porque –claro está– las muestras de valor o de coraje hacia alguien o algo no
suceden a diario. Algunas son planeadas al detalle con cautela para lograr
seducir y cautivar, mientras que otras, como las de William Wallace que se ven en Corazón Valiente, emanan inspiración emocional y sentimental,
querosene de quienes aman hasta más allá del fondo.
Y aquí nos preguntaremos… ¿Qué preferimos? ¿Buscaremos las tibias
garantías de un empate? ¿Querremos una revancha comandada desde el ego que nos
pueda causar una derrota? ¿Dejaremos las armas en tierra y nos conformaremos
con lo que sucedió, como si se tratara de un ingrediente vitalicio?
La valentía está en nosotros; pero hay que hallarla. Cuando la
tengamos, las sensaciones serán variadas: irán desde el miedo hasta la
sensación de caos, podría venir empañada de arrepentimiento o vergüenza. Pero, hay que refrendarlo:
la valentía vence por sí sola y es todo lo que tenemos... Y necesitamos.
Aprecien sus valentías y a sus valientes.
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