No se puede negar que los sacrificios en vano son los que más duelen. Poner el esfuerzo único de algo en alguien resulta ser una jugada peligrosa y dolorosa, que toma su forma en cuestión de días, luego de que por fin las naturalezas dominan a sus dueños.
Pero dígame, cómo debo aceptarlo. Es complejo, cuando adentro gobierna una razón sin razón y sin sentido. Cuando lo dicho debe ser lo que debe ser sin que otro comando cambie el curso natural de las cosas.
Lo lógico sería aprender a calmar los ánimos y comprender que las reacciones son infinitamente distintas en cada quien y en ese orden de ideas también se reduce o se maximiza un evento, un esfuerzo, un encuentro.
Perder el esfuerzo es doloroso. Una daga que se clava entre el orgullo y la inocencia. Sin embargo, una vez decepcionado por toda eventualidad no queda más que entender que ese tiempo perdido no volverá, pero que, a su vez, no retornará jamás para exprimir.
Eso sí, hay que tener voluntad de no querer caer nuevamente con la misma piedra.