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A veces, esta vida de ganadores y perdedores, nos propone empates. Entonces, nos deja con las fiestas organizadas e infértiles mientras que las broncas y las excusas se apilan como los deseos de victoria. Pero no es así… Quedamos muchas veces en tablas y no sabemos, entonces, cuál es el camino. ¿Sumamos o restamos? Es la doctrina del blanco y del negro la que nos dice que empatar es algo… ¿reprochable?
Por ejemplo, en el fútbol americano, sobre todo en la NFL,
no hay peor cosa que un empate. En las tablas de posiciones o registro, los
empates se relegan a un tercer dígito. Un equipo puede tener 4-3-1: cuatro
partidos ganados; tres perdidos y uno empatado. Son tan exiguas las ocasiones
en las que eso sucede que los empates hacen sobresalir a los equipos por encima
de su propia marca de partidos ganados. A veces los empates, las tablas, las
igualdades, paradójicamente, nos hacen sobresalir. Incluso, los “comentaristas
de fútbol” llaman a eso con un término amorfo y vulgar: “empatitis”.
La vida nos deja en tablas cuando buscamos algo, pero no nos
lo otorga, pero tampoco, fehacientemente, nos lo niega. Entonces, quedamos
buscando norte… ¿o sur? (¿Por qué siempre debe ser el norte?) Y ahí decimos
ahora qué. Lo peor que se puede hacer en estos casos es interpretarlo como una demoledora
derrota; aunque no es buena idea pretender que son victorias pírricas que nos
pueden enceguecer.