Creo
que en correrías y friegas hemos pasado todas las horas del reloj y eso
constituye que ella me entienda singularmente. Ella ha crecido conmigo, sobre
todo, en la ponderación de la adultez. No podría decir que somos los mismos de
antes… Ya tenemos una gran cantidad de millas acumuladas e historias
innumerable por contar que suelen terminar en risas y carcajadas.
Lo mejor de las amistades, creería yo, es cuando podemos
prescindir de los saludos y vamos directamente al grano, porque las
conversaciones siempre permanecen abiertas. Hoy, luego de yo dar una reflexión
en la radio sobre la salud mental y también mi estado en la materia,
encontramos una semejanza que inspira la escritura de esta entrada.
¿Pero la arcilla no es
más resistente blanda, porque si se pone dura y se cae, se quiebra?, me
contestó ella tras repasar una situación personal que me inhibe de hacer algo
que disfruto enormemente: la radio. Y volvimos a la esencia. Recordamos que
somos de arcilla y que nuestros alfareros podemos ser nosotros mismos y, al
mismo tiempo, quienes nos rodean como familiares y amigos.
Para que las creaciones en arcilla lleguen a buen fin debe
pasar un tiempo prudente. El alfarero debe agregar la suficiente agua para
poderla moldear, tener la cadencia indicada para darle paso al pedal (si es por
ese método), o tener la fortaleza necesaria para darle la forma esperada.
Pero, parte fundamental, es no embarrar la arcilla. No se le
pueden pegar nuevos elementos que la vayan a dañar, como tampoco se puede buscar
un secado exprés que termine por fragmentarla y que todo termine en pedazos. La
conversación prosiguió y hablamos sobre la paciencia que se debe tener a la
hora de ejercer el oficio de la alfarería: ¿Qué puede pasar, entonces, si no le
damos los tiempos para que ‘cure’, sino que la forzamos a que esté lista antes
de tiempo para poder cumplir alguna demanda?
La respuesta de ambos fue clara: Se parte.
Situación tal también puede pasar en nuestra mente. Con el
tiempo lo he ido aprendiendo y entendiendo. Hay que darle a la cabeza y
oportunidad de volverse nuevamente vigorosa, sin forzarla, porque, entonces, si
las cosas salen mal, habrá barro por todo el lugar, faltará la inspiración por
reconstituir la arcilla y remoldear algo nuevo.
Volver a ser modelados es una oportunidad única. Allí
podemos reiniciarnos, buscar entender cuánta agua necesitamos para romper la
dureza bruta de la arcilla y terminar incluso pasando por el horno, resistir, y
terminar listos y resistentes ante los próximos retos.
Seis años antes de conocer a Margaret, conocí a Tony Keller,
mi profesor de la clase de clay (arcilla),
en mis épocas colegiales. Allí aprendí a lidiar con este material y a tenerle
paciencia. En casa tengo una especie de tazón que hice con mis dedos, que se me
desarmó mil veces antes de poderlo fijar y que logró superar la prueba de la
pintura y del horno. Lo conservo desde entonces conmigo. Mi mamá lo usa más que
yo, pero lo recuerdo como una evidencia de mi creación y de mi paciencia; de lo
que nos enseñan las pequeñas cosas que inspiran grandes conversaciones con los
amigos que uno lleva anclados a lo más profundo del alma y, cómo no, de la
mente, por farragosa que sea.
Estamos hechos de arcilla. Cuando nos llegue el tiempo de remoldearnos,
seamos agua, más que tierra.
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