sábado, 26 de septiembre de 2015

Misión cumplida

Hay días laborales que uno concluye satisfecho, sea porque se alcanzó el objetivo o porque el rendimiento fue el esperado y todas las tareas se sortearon efectivamente. En otras ocasiones no hay explicación. Simplemente se está bien y el gozo eventual es colosal.
Quizás eso ocurre hoy también. 

En momentos, parte la gracia plena de un riesgo no está en lograr el objetivo como tal, sino en haber tomado las fuerzas para el intento y dar el paso. Abandonar lo que llaman ahora la zona de confort es fundamental para afrontar el fracaso con alegría.

Existen varios ingredientes que se adhieren a la receta de la plenitud a pesar de la derrota. Hacerlo con afecto, con seguridad y con clara consciencia de cualquier consecuencia son algunos de ellos. Tener los pies en tierra, sin truncar sueños es un híbrido que suele funcionar bien cuando el terreno es movedizo, incierto y quizás no el esperado.
Aplica, sin temor a duda alguna, en maduras como en verdes, decir como la canción Let it be.

sábado, 19 de septiembre de 2015

En vano

Cuando era niño, en los angustiantes años colegiales, un problema siempre fue entender la locución en vano.
Jurar en vano. Tremendo lío tener que jurar a la bandera y al Pabellón Nacional algo que recitaba mecánicamente, pero que no entendía siquiera. Por ello, jamás juro, y menos a la bandera. Apartadamente la saludo. 

Vano después tendría más cabida conforme avancé en el conocimiento de las acepciones y sus aplicaciones dentro del simple contexto ordinario de la vida. Acciones en vano y palabras en vano. Pareciera que el término fuera un caparazón para cubrir lo infructuoso, infectivo y débil de la humanidad.

Seguramente el lazo de causalidad que hay entre el obrar y tener la cabeza vana por el exceso de trabajo -y no precisamente el productivo- es el que mantiene latente los intentos por hacer, pero, también, el que sostiene los fracasos de logros.

Un esfuerzo en vano es todavía más complejo de lidiar. Una de mis frases de cabecera para describir ese sentimiento es “tanto nadar para morir en la orilla”, y quienes me conocen saben que suelo usarla con severidad. Existen posibilidades de fe de erratas, de voluntades nobles. No obstante lo anterior, todo esfuerzo en vano es un desengaño existencial cuya reparación solo viene acompañada de la chispa del entendimiento posterior.

Sin embargo, nunca un intento debe ser retenido por el solo hecho de que puede irse a un saco roto. En la vida sobran los remordimientos y los arrepentimientos, pero siempre será mejor arrepentirse por haber hecho que por no haberlo siquiera intentado.
Debe ser una fórmula para crecer con templanza 

sábado, 30 de mayo de 2015

Despejar la duda


Aún recuerdo esos años llenos de angustias y anécdotas de colegio. Esa incontrolable frustración producida por las fórmulas, las funciones y las estructuras algebraicas. Siempre mi mente replicaba su uso. Nunca había repuesta que calmara mi descontento. Sin embargo, era lo único que se podía hacer. La obligación dictaba que era necesario terminar con los ejercicios para aprobar y, a la larga, aprobar es el único sentido que propone gran parte de la existencia. 


Para lograr un resultado exitoso en la clase y sus exámenes empapados en tedio, era perentorio saber despejar.  Despejar la equis, despejar la incógnita, despejar la duda que no permitía conocer una respuesta que la mayoría de ocasiones resultaba ser simple, evidente y hasta predecible. Eso sí, nunca he sido bueno en las matemáticas. La más elemental división se me hace complicada.

Eso mismo es lo que toma en la existencia redefinir la llanura de una situación que no tiene sentido o no lleva coherencia. Además, eso es lo que destruye la mayoría de las ilusiones, pues la curiosidad y la eventualidad entran en conflicto con el curso natural de todas las cosas.

Todo esto para complementar la anterior entrada de este blog. La duda fue despejada. Fue simple. La respuesta estaba ahí, era clara, pero no aceptada hasta que se hizo manifiesta por una de las partes. El egoísmo de no querer ver lo presente forzó a que la clara luz del día propusiera que lo que en principio es un campo productivo lleno de minerales, solo está compuesto por rocas que debilitan cualquier elemento que quiera dar raíces allí.

Y es claro que en la vida responder a los problemas se torna en otro problema. Hay quienes prefieren dilatarlos hasta que solamente encuentran una oportunidad a secas para resolverlo someramente y hay quienes luchan para deshacerse de cualquier proceso que pueda terminar consecuentemente en un problema. Relegar y prevenir. Pensar y hacer. Contrarios. Opuestos.


Ahí está respondida la duda, aunque todavía no entiendo cómo es que dicen que los opuestos se atraen cuando ninguno de los lados se dispone a abandonar sus propiedades. 

Por algo será que en esas funciones hay tantos irracionales...

sábado, 23 de mayo de 2015

Divina duda


Preguntarse cualquier nimiedad tiene su magia. La ausencia de la certeza permite que cada quien pueda determinar sus propios indicios e hipótesis y que estos le puedan conducir a una verdad con visos de amaño o a la peor de las torturas, si así es propuesto.


A veces uno se siente bendecido por la casualidad de ignorar elementos de los cuales resulta mejor un desconocimiento. Y, posiblemente, así se construya el entramado social y afectuoso que constituye la vida fuera del sector que se hace llamar productivo.

La elaboración de planes egoístas permite que cada quien vaya por su propio camino ignorando los ajenos. Es precisamente el rumbo que puedan tener las decisiones ajenas las que terminan por premiar netamente las argucias mentales; simples productos de la duda. A veces se presentan como variables y en muchas otras como ese sentimiento insostenible que brinda una corazonada.

Es evidente que es la duda la que me brinda ese potencial absurdo para escribir esta entrada, que no tiene ni pies ni cabeza, que tampoco logra abordar una catarsis y mucho menos encuentra una dedicatoria, para que, a través de perífrasis, se pueda comprender el alboroto interior que llevan estas desconectadas letras.

De saber si se está obrando correctamente, de creer que lo correcto es lo bueno, que lo bueno es lo que se debe hacer y lo anterior deriva en lo  que debe obrarse, provoca respuestas en forma de duda y reconocimiento de que ellas terminarán ganando espacio para mutar entre placeres o torturas.  

Y es allí cuando la coraza protectora comienza a tomar fuerza, a generar un dolor interno que busca disminuir en cuanto sea posible el daño posterior de la fuga de elementos que debieron mantenerse guardados por razones que cada quien ha de considerar íntimas y reflexivas.

Cuando sepa algo concreto, continúo con esta entrada, aunque ya creería saber lo que sigue. Excusas, despedidas y alegrías. 

sábado, 31 de enero de 2015

A Sandra

Fuiste una mujer luchadora. Hasta el final de los días diste de qué hablar. Aún nuestras conversaciones se soslayan en la maravilla de tu existencia. Y es que sí, ha sido muy complicado verte partir. No fui siquiera capaz de ver tu cara una vez en el cajón. Sólo pude asomar un ojo para verte parte de ese bello rostro, ese que aún conservo en mi memoria como un vestigio de una hermosa amistad, la misma que me determinó para abandonar muchos aspectos que ataban mi vida.

Y es que resulta imposible recordarte sin al menos un recuerdo hermoso, en el que nos dejas hermosas sonrisas, esa que siempre prediscaste, con tu muy hermosa tranquilidad. Qué osada fuiste. Cuanta verdad en tantos gestos. Y tus hijos, qué bellos son. Aún los veo y no lo creo. Unos tremendos luchadores que siguen el camino y no se quedan como nosotros, unos tristes mortales que aún lamentamos que te hayas ido a un mejor lugar, lejos de tanta gente que te hizo sufrir, de esa madre que te abandonó. Pero, sabes, querida Sandra, nada me hace más feliz que saber que aterrizaste en nuestra familia, que disfrutaste cada una de mis ocurrencias y me brindarte el más cálido embrujo para tenerte siempre en mi corazón. Aún no creo lo que pasó. Lo sé. Entiendo que pasaste por el dolor más grande, pero aún no lo asimilo. Así, y todas las cosas, sólo quiero agradecerte por la magnificencia de tu vida y por haber adornado mi existencia con tantas sonrisas, de gratitud y jolgorio.

Debes saber que no olvido ese día que bailamos la hora loca, bajo tanto calor, en una noche con alto fogaje. Ese día me marcó y ha sido de lo mejor que me ha ocurrido en mi vida. Sonreías. Parecía que fuiste feliz. Y eso nos hizo a todos felices.

Gracias siempre. Feliz viaje. Te extraño cuando contestas el teléfono y en muchos momentos. Ya llegaremos nosotros.