sábado, 23 de mayo de 2015

Divina duda


Preguntarse cualquier nimiedad tiene su magia. La ausencia de la certeza permite que cada quien pueda determinar sus propios indicios e hipótesis y que estos le puedan conducir a una verdad con visos de amaño o a la peor de las torturas, si así es propuesto.


A veces uno se siente bendecido por la casualidad de ignorar elementos de los cuales resulta mejor un desconocimiento. Y, posiblemente, así se construya el entramado social y afectuoso que constituye la vida fuera del sector que se hace llamar productivo.

La elaboración de planes egoístas permite que cada quien vaya por su propio camino ignorando los ajenos. Es precisamente el rumbo que puedan tener las decisiones ajenas las que terminan por premiar netamente las argucias mentales; simples productos de la duda. A veces se presentan como variables y en muchas otras como ese sentimiento insostenible que brinda una corazonada.

Es evidente que es la duda la que me brinda ese potencial absurdo para escribir esta entrada, que no tiene ni pies ni cabeza, que tampoco logra abordar una catarsis y mucho menos encuentra una dedicatoria, para que, a través de perífrasis, se pueda comprender el alboroto interior que llevan estas desconectadas letras.

De saber si se está obrando correctamente, de creer que lo correcto es lo bueno, que lo bueno es lo que se debe hacer y lo anterior deriva en lo  que debe obrarse, provoca respuestas en forma de duda y reconocimiento de que ellas terminarán ganando espacio para mutar entre placeres o torturas.  

Y es allí cuando la coraza protectora comienza a tomar fuerza, a generar un dolor interno que busca disminuir en cuanto sea posible el daño posterior de la fuga de elementos que debieron mantenerse guardados por razones que cada quien ha de considerar íntimas y reflexivas.

Cuando sepa algo concreto, continúo con esta entrada, aunque ya creería saber lo que sigue. Excusas, despedidas y alegrías. 

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