Preguntarse
cualquier nimiedad tiene su magia. La ausencia de la certeza permite que cada
quien pueda determinar sus propios indicios e hipótesis y que estos le puedan
conducir a una verdad con visos de amaño o a la peor de las torturas, si así es
propuesto.
A veces uno se siente bendecido por la casualidad de ignorar elementos de los cuales resulta mejor un desconocimiento. Y, posiblemente, así se construya el entramado social y afectuoso que constituye la vida fuera del sector que se hace llamar productivo.
La elaboración
de planes egoístas permite que cada quien vaya por su propio camino ignorando
los ajenos. Es precisamente el rumbo que puedan tener las decisiones ajenas las
que terminan por premiar netamente las argucias mentales; simples productos de
la duda. A veces se presentan como variables y en muchas otras como ese sentimiento
insostenible que brinda una corazonada.
Es evidente que
es la duda la que me brinda ese potencial absurdo para escribir esta entrada,
que no tiene ni pies ni cabeza, que tampoco logra abordar una catarsis y mucho
menos encuentra una dedicatoria, para que, a través de perífrasis, se pueda
comprender el alboroto interior que llevan estas desconectadas letras.
De saber si se
está obrando correctamente, de creer que lo correcto es lo bueno, que lo bueno
es lo que se debe hacer y lo anterior deriva en lo que debe obrarse, provoca respuestas en forma
de duda y reconocimiento de que ellas terminarán ganando espacio para mutar
entre placeres o torturas.
Y es allí
cuando la coraza protectora comienza a tomar fuerza, a generar un dolor interno
que busca disminuir en cuanto sea posible el daño posterior de la fuga de
elementos que debieron mantenerse guardados por razones que cada quien ha de
considerar íntimas y reflexivas.
Cuando sepa
algo concreto, continúo con esta entrada, aunque ya creería saber lo que sigue.
Excusas, despedidas y alegrías.
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