martes, 26 de noviembre de 2013

Un mes

Jamás pensé que tomaría más de un mes para escribir este post. Sostener la hipócrita esclavitud de un blog es un reto, más para las personas que creemos que escribir no debe ser ningún tipo de obligación.

Tampoco es un máximo moral escribir por escribir. Aún menos aparentar letras que no tienen tacto, que nada cuentan; que están vacías. En realidad somos injustos con la escritura. Tan acostumbrados estamos a las locuacidades que preferimos no dejar pruebas y vestigios de nuestros pensamientos. Es delicado saber que nuestra frugalidad de reflexión se vuelca a una oralidad pobre y hablada en argucias. 

Pero ése no es el tema. El tópico que trato hoy es un lamento hondo ante todas las oportunidades que nos brinda el diario de poder escribir y relatar momentos cortos, fugaces, y quizás triviales, que nunca acostumbramos a valorar. Existe un sentimiento que causa el recuerdo, una emoción que permite compartir a los más cercanos una experiencia que puede perdurar indefinidamente en la memoria y que, también, puede generar secuelas o consecuencias, al menos. 

Sin embargo, los defensores de lo indefendible me juzgarán. Mis congéneres y quienes hacen parte del posible crecimiento económico del orbe, están sentenciados a escribir prácticamente a diario. El 'chat' es el mar de errores y mensajes que nos ahorra el hablar, porque sencillamente es más fácil alegar desde el teclado que desde la voz. Al menos, para aparentar, funciona mucho. Pero nada queda de un chat. Es una vergüenza presumir un enriquecimiento lingüístico salido de ventanas emergentes amplificadas con sonidos irritantes y presurosos que cortan cualquier armonía previamente construida.

Posiblemente esa falta de paz para pensar y organizar ideas es la única que nos conlleva a lucir una falsa concisión, en especial, a quienes acudimos a Twitter para compartir nuestros pensamientos egoístas y solitarios, insultar y loar, acompañar y separar...

Y si me preguntan, no sé qué pasó el mes que recién pasó. Posiblemente quede uno que otro rastro de memoria representado crono-lógicamente, pero no permanece nada. Nada.

jueves, 24 de octubre de 2013

La cadena

Uno de los inventos más grandes y miserables de la sociedad premoderna fue la cadena. Este artilugio se encargaba de dar una seguidilla de eslabones que permitían asegurar y capturar con fuerza algo o alguien. Su intención no era otra. El portador era quien decidía para qué quería esas custodias. 

Los vínculos de la cadena siempre son sólidos. La mano del hombre generalmente debe ser incapaz de romper las soldaduras y los pliegues del metal. Si por justa o injusta razón éstas ceden, las cadena es inservible. La fracción no cumplirá su meta. Una vez dañado, no hay forma amable de recomponer la cadena, con la excepción de una herramienta; una extensión manual.

La cadena solamente cede cuando alguno de sus dos extremos sufre de presión superior y topa sobre el nivel de fuerza de la secuencia metálica. Lo mismo ocurre con los intereses humanos: cuando alguien pinta mejores oportunidades, lo más común es abandonar lo forjado para de nuevo hacer un camino. Por ello a veces tarda tanto el pensamiento en reflejar la máxima popular: "es mejor malo conocido, que bueno por conocer". El trabajo no se puede perder en comprensación por falsas ilusiones. 

Una vez se rompe la cadena, es mejor dejarla rota y no pretender reconstruir algo que por alguna u otra razón cedió y cuyos más íntimos cimientos no lograron soportar. No hay que forzar más la cadena; terminará por ceder.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El viaje (I)

Indudablemente, una de las incógnitas más grandes de la existencia actual está en la resistencia de los hechos a acomodarse por la fuerza que como seres supuestamente pensantes pretendemos dar a días y noches. 

Es por ello que, irónicamente, cuando un plan tiene una hoja de ruta de ejecución precisa, lleva los peores errores y pone toda la función al revés. Y cuando la jornada no tiene norte alguno, ofrece los mejores recuerdos en bandeja memorable. Y así es todo. Nada se compara con aquellla emoción que se deriva de vencer la modorra y finalmente verle sentido a las cosas, sea por duelo o por simple defecto. 

Es cuestión de saber cerrar ciclos, pero la mente sigue proclive a querer extender y revivir episodios que nunca más podrán ofrecer una dosis decente de repetición. Aquí cualquiera aplicaría a los desgastados discursos psicológicos de aprovechar el momento y mucha otra basura creada con el fin de confundir despistados. 

Pero la realidad indica claramente que quien no aprovecha sus oportunidades de alguna forma, simplemente se conderará a ver cómo otros sí lo hacen y en sus caras. Como diría la máxima de Joyce C. Oates: "La mejor venganza es vivir bien, sin ti". 

Pero qué difícil es cerrar capítulos que obtuvieron un colofón abrupto, cuya continuación es perjudicial pero que dejan ese terrible sabor de poder haber hecho más. Atribuyamos esto a generar buenos recuerdos, en lugar de ásperas ilusiones. 

sábado, 14 de septiembre de 2013

La filosofía de presumir

¿Qué sería de nosotros sin presumir de lo que tenemos, o al menos, estamos conexos a ostentar?
En realidad, no es otra necesidad que un complejo de querer mostrar algo que no se puede tener definitivamente. Por ello, muchos aplican a la vieja ley -podría ser nueva para quienes no son mis contemporáneos- de fotografíar sus comidas, dejar impronta de un carro que sirve para lo mismo que el resto de vehículos, de licores que ni siquiera saben tomar, pero que justamente pretenden dar ese donaire de paz y ligereza proporcionado por el tener, aunque infiera grandes nociones de ignorancia.  

Pero presumir tiene sus bases y nadie puede negar haberlo hecho. Hay personajes que viven de ello porque es la única forma que encuentran de que sus voces sean propiamente escuchadas -no significa que se tengan en cuenta o posean trascendencia alguna- y por ellos todos los días se ven en la implícita y ya veterana necesidad y necedad de contar lo que la vida les ha dado por prestado, presumiendo ellos que les acompañará por siempre. 

Sigue...


viernes, 6 de septiembre de 2013

Dar el paso

Finalmente, tomar el impulso puede ser la decisión más dura. Una vez ya se inicia el conocimiento real de la senda, es cuando más fuerza se necesita para mantener una voluntad inquebrantable que no pierda su fortaleza y la voluntad no termine en nada más que lamentos. 

Es la precocidad propia de la ambición la que llena de nubosidad el entable tan real que es padecimiento diario de los acontecimientos que nosotros mismos anticipamos en una cadena que muchos llaman Karma, otros Eterno Retorno y muchos 'consecuencias'. 

En realidad, es duro entender por qué es difícil aceptar la derrota a sabiendas que es el merecimiento más natural de todos. Por ello, la victoria genera tanto desenfreno y errores, porque en esos estados de manía nadie se controla. El éxito se va en cuestión de instantes y su alegría aún más y por ello la gente hace lo que sea con esos segundos de felicidad triplicando los segundos de éxito con minutos de duda. 

Y así. No hay más qué contar. Usted bien lo sabe, solamente que no se pone a pensar estas bobadas.