Es por ello que, irónicamente, cuando un plan tiene una hoja de ruta de ejecución precisa, lleva los peores errores y pone toda la función al revés. Y cuando la jornada no tiene norte alguno, ofrece los mejores recuerdos en bandeja memorable. Y así es todo. Nada se compara con aquellla emoción que se deriva de vencer la modorra y finalmente verle sentido a las cosas, sea por duelo o por simple defecto.
Es cuestión de saber cerrar ciclos, pero la mente sigue proclive a querer extender y revivir episodios que nunca más podrán ofrecer una dosis decente de repetición. Aquí cualquiera aplicaría a los desgastados discursos psicológicos de aprovechar el momento y mucha otra basura creada con el fin de confundir despistados.
Pero la realidad indica claramente que quien no aprovecha sus oportunidades de alguna forma, simplemente se conderará a ver cómo otros sí lo hacen y en sus caras. Como diría la máxima de Joyce C. Oates: "La mejor venganza es vivir bien, sin ti".
Pero qué difícil es cerrar capítulos que obtuvieron un colofón abrupto, cuya continuación es perjudicial pero que dejan ese terrible sabor de poder haber hecho más. Atribuyamos esto a generar buenos recuerdos, en lugar de ásperas ilusiones.
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