jueves, 7 de agosto de 2014

Lo imposible

El tema emocional es terrible y parece simple en cualquier formato. 

Dicen los que saben, porque de ello no sé en lo absoluto, que el amor logra enceguecer a quienes en sus redes caen, sea por acción y omisión. Esa emoción, contraria a la razón, puede despejar la duda que ninguna explicación puede pretender. 

Y es que es complicado escribir un texto con base en la emoción, porque precisamente ella no permite que se le retrate, explique, comente y/o describa. Quizás, por esta misma razón, es que todos preferimos lo que no se puede escribir, pero que sí genera cambios profundos dentro de la psiquis de cualquier persona. 

Para vivir con la emoción hay que ser rijoso. Estar a la espera de confrontar lo que llega y tomar de las píldoras impredecibles que conciben los eventos inesperados del contacto con ésa o esas personas que permiten el establecimiento de una conexión emotiva. 

A veces las emociones y los sentimientos son imposibles. Probablemente, no existe el balance que debe existir en una relación interpersonal de 50-50, 40-60 e, incluso, 30-70. Pero hay casos en los que tal contacto no es sostenible, porque parte de un cero ante un cien, o condiciones máximas en frente de unos mínimos implacables. Es simple: no existe interés y tampoco opción de sacrificio. 

sábado, 26 de abril de 2014

En vano

No se puede negar que los sacrificios en vano son los que más duelen. Poner el esfuerzo único de algo en alguien resulta ser una jugada peligrosa y dolorosa, que toma su forma en cuestión de días, luego de que por fin las naturalezas dominan a sus dueños.

Pero dígame, cómo debo aceptarlo. Es complejo, cuando adentro gobierna una razón sin razón y sin sentido. Cuando lo dicho debe ser lo que debe ser sin que otro comando cambie el curso natural de las cosas. 

Lo lógico sería aprender a calmar los ánimos y comprender que las reacciones son infinitamente distintas en cada quien y en ese orden de ideas también se reduce o se maximiza un evento, un esfuerzo, un encuentro. 

Perder el esfuerzo es doloroso. Una daga que se clava entre el orgullo y la inocencia. Sin embargo, una vez decepcionado por toda eventualidad no queda más que entender que ese tiempo perdido no volverá, pero que, a su vez, no retornará jamás para exprimir. 

Eso sí, hay que tener voluntad de no querer caer nuevamente con la misma piedra.

sábado, 29 de marzo de 2014

Contestar el teléfono

Los pocos vestigios de paciencia que aún quedan en mí se agotan cada vez que escucho la siguiente pregunta:


¿Usted por qué no me contesta el teléfono?
Soy cansón con el hecho de siempre tener que decir lo que supuestamente está en las  Reglas de Cortesía de Urbanidad y Buenas Modales de don Manuel Antonio Carreño: "El presente siempre está por encima del ausente". 

Pero el teléfono recalca eso tedioso e inmundo de la humanidad. El irrespeto y la falta de valor ante la razón ajena y su honor. ¿Por qué hay que interrumpir una conversación porque un teléfono suena, vibra o alumbra aduciendo que una persona quiere/necesita hablar con el otro interlocutor? 

Y es que no me cabe en la cabeza por qué la gente cree que es una obligación contestarles el teléfono y apartar siempre tiempo para llevarles sus caprichos o necesidades al momento y evento que sea posible. 

Otra cosa es que todavía hay personas como yo que no dejamos los cabos sueltos, quizás por interés o por inseguridad, y por ello preferimos 'devolver' la llamada para encontrar cuál era la necesidad de la llamada de contacto. 

Hay ocasiones en las cuales es necesario apartarse e interrumpir para recibir una llamada, algo que, en una atmósfera de respeto, debe hacerse con prevención. 

Si eres de esos que ve con odio y rabia que demanden explicaciones de la propia parte... ¿para qué ser tan insensibles y pedir lo que en primigenia no se debe dar; el tiempo?

jueves, 27 de marzo de 2014

Dar de y darlo todo

La diferencia puede parecer somera y ligera. Quienes agradan de servir, muchas veces se avocan a la dura diferencia que se libera de la responsabilidad del agradecimiento y aquellos que ven en el servicio una obligación demandante y que confiere licencias de las cuales no se puede prescindir. 

Cualquier persona que se proclame ayudante de una persona indiferente debe pasar a alinearse con los amigos de las causas perdidas y las emociones robadas. 


Pero claramente un acto generoso demanda y requiere de dos partes. Sin embargo, se torna ruidosamente difícil cuando alguno de estos elementos no confiere la importancia que debe ostentar. Es imposible cargar con una agenda cuando uno de las partes no pretende ni siquiera mover un dedo por la comisión de algún hecho previamente pactado. 

De lo anterior se pueden desenvolver tensiones, decepciones, engaños y la más triste aún, burlas. 

Debiera ser punitivo que una persona que se aprovecha de la nobleza ajena, sin importar sus magnitudes, pueda seguir suelta y muerta por ahí, entre la sociedad, sin siquiera preguntarse por qué recibe una ayuda que no atesora, un cariño que no aprecia y un tibio tiempo que pierde.

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua asume el coloquialismo 'atembado' a las siguientes acepciones: atolondrado, atontado.

Y en realidad puede ser así. Una persona que dadiva y dadiva, que da y da, y entrega su bondad al resto sin observar apreciación alguna puede ser un atembado que requiera una dosis de realidad de aquellos que nada lo ven, lo aprecian y lo entienden.

domingo, 16 de marzo de 2014

"Palo porque bogas y palo porque no bogas"

Existe una menuda diferencia en todos los terrenos entre la oportunidad y la condena. No aceptar la oportunidad abre la puerta a la condena, mientras que condenarse cierra toda posibilidad.

A la hora de la verdad son miles —sino millones— las ocasiones en las que buscamos condenas propias. Algunos, incluso, se han inventado patrañas de psicología inversa para redimensionar los efectos de aceptar o negar.  Por ello no hay nada más acertado que el dicho "palo porque bogas y palo porque no bogas", pues siempre habrá una reacción negativa a cualquier acción por inocente e inadvertida que ésta sea. 

Aceptar es muchas veces una daga que se clava dentro del comportamiento más básico posible. Mientras tanto, denegar es asimilar lo sacro de la crítica, pues nadie logra comprender los motivos que llevan a alguien a decir no. 

Es sabido que Lucio Séneca supo descifrar los códigos que esgrimo en este blog, pero su idea siempre fue clara, por ejemplo, en este caso: 

El destino ayuda a quien lo acepta y arrastra a quienes se resisten.
Íbidem: 
 La desgracia es ocasión para la virtud.
No es necesario decir más.