sábado, 15 de marzo de 2014

Las nimiedades


Es vulgar que la vida se vea más clara bajo estados alterados de consciencia, sea por consecuencia recreativa o necesaria. Son aquellos momentos los que más se atesoran y por ello se disfrutan con las personas a quienes buscamos ofrecer nuestra estima.

Hablar sin rodeos es vital. Ofrecer estima es también buscarla en otras personas e interponer un canal que permita establecer básicamente los aspectos más elementales de la naturaleza emotiva de los seres que nos hacemos llamar humanos, sin constancia de tal, i.e., asumiendo un rol mecánico y rutinario de la existencia.

Las nimiedades son la piedra angular que sostiene todo tipo de relación interpersonal, bien sea amistosa (afectiva), amorosa (dependiente), laboral (circunstancial) y familar (esencial). En ellas se encierra la razón completa de todos los eventos de las relaciones. En ellas se edifican las más bizarras amistades, los más injustos recuerdos y más amargos momentos.


Es curioso que las nimiedades tengan esa capacidad de cambiar los matices de algunos periquetes. De agónicos pueden pasar a formar episodios fervientes, como de instantes de alegrías a minutos lacónicos. Es más, las nimiedades se dan el lujo de reformar las prioridades, algo que resultaría casual en cualquier mente humana, incapaz de retomar flujos correctos de tolerancia y coherencia.

Las rocas componen los más férreos volcanes. Así se constituye físicamente la Tierra que nos tocó habitar. Analógicamente, le llaman motivos, aspectos deformados que se apilan como escombros cuando la luz escasea y el dolor tensiona las venas. Se siente, en contados casos, una presión enceguecedora en la cabeza, como una terminal drástica que necesita evacuar la tensión previamente acumulada.

Lo anterior demarca también las bondades de las nimiedades; ellas no se quedan con algo ni con nada. Su génesis abarca precisamente un cierre a los conceptos y una amplitud a las actitudes. Las emociones, que tanto trabaja la humanidad por controlar, sean en expresiones corteses o cortesanas, son el río que controla el cauce constructor y destructor de la psiquis humana y sus aspectos incomprensibles.

Otros le llaman catarsis, pero para eso se hizo este blog. Expresiones precoces de procacidad. Y, en realidad, a eso se refieren las nimiedades; procacidades.

Bien lo recita Ignacio Copani en su canción Constuir y Destruir (publicada una entrada anterior) con los siguientes epítetos. 

Hay que embarrarse con la inspiración,
Hay que mirarse por dentro y no hacer lo que todos desean.
Mucho más cómoda es la posición de dar la crítica sorda y pedante,
despedazando con rabia y rencor al autor y al cantante.

sábado, 4 de enero de 2014

Cometer errores

Errar bien puede ser una bendición inadvertida y que sufre de la más agreste de las famas. La noción social de equilibrio vital conduce a evitar cuanto sea posible la comisión de errores, como si ello fuera un punto fundamental para destruir una senda.

Pero, más allá de cualquier difamación moralista, cometer errores es la mejor forma de calmar la mente —o el alma, dependiendo de la arista que se tome— y  con la cual la redención de la realidad adquiere sentido.

El error en su génesis sufre de miedo y desprecio. Luego, produce zozobra, pánico; miedo. Después llegan las dudas que quieren dar con la razón de su existencia, de su haber en la propia existencia y los cambios que posiblemente estos puedan forjar. 

Si no hay error, no hay vida. Es simple. El error, en consecuencia, lleva vida y dinámica. El cambio depende básicamente de errar, sea con voluntad o con dolo. La verdad de la vida está en reparar y mejorar, lo cual resulta imposible si se le hace 'el quite' al dolor, o lo que muchos llaman el pecado. 


jueves, 28 de noviembre de 2013

La moral de torpes

Perdonen el siguiente exordio:

Desde hace poco hay un pensamiento que se encajó en mi filosofía. Uno que puede ser malo, pero también; bueno. En realidad es un sentimiento, quizás, con tiempo de vencimiento como todas las emociones. 
Moral, ¡cuánto te odio! Moral de máximos y moral de mínimos.

Pocas cosas recuerdo, en verdad, de mi clase de ética periodística. Pero saber que existe esa medición de desgracias y oportunidades logra agotar esa tolerancia de las que muchas veces dudo que exista. La moral es una maldición impuesta bajo los más férreos temores y dogmas, la que nos ha convertido en jueces y señores de actos ajenos, con capacidad propia de saber qué está bien y qué está mal en una mente ajena.

¿Por qué algunos se toman el descaro de juzgar a alguien porque se recrea viendo pornografía? ¿Por qué lo llaman algo inmoral? ¿Por qué las personas no pueden hacer sus cosas libremente? ¿Somos una sociedad tan reprimida?

El catalizador de estas dudas existenciales es el video que he incrustado al final de este demencial escrito. Ya ustedes juzgarán por qué no lograremos tener éxito en la vida, acostumbrados a imponer nuestra pobreza, la razón por la cual vivimos centrados en la miseria intelectual y social. Nadie puede ser mejor que nosotros; todos debemos ser igual de acomplejados.

Eso somos nosotros. Unos avaros.


martes, 26 de noviembre de 2013

Un mes

Jamás pensé que tomaría más de un mes para escribir este post. Sostener la hipócrita esclavitud de un blog es un reto, más para las personas que creemos que escribir no debe ser ningún tipo de obligación.

Tampoco es un máximo moral escribir por escribir. Aún menos aparentar letras que no tienen tacto, que nada cuentan; que están vacías. En realidad somos injustos con la escritura. Tan acostumbrados estamos a las locuacidades que preferimos no dejar pruebas y vestigios de nuestros pensamientos. Es delicado saber que nuestra frugalidad de reflexión se vuelca a una oralidad pobre y hablada en argucias. 

Pero ése no es el tema. El tópico que trato hoy es un lamento hondo ante todas las oportunidades que nos brinda el diario de poder escribir y relatar momentos cortos, fugaces, y quizás triviales, que nunca acostumbramos a valorar. Existe un sentimiento que causa el recuerdo, una emoción que permite compartir a los más cercanos una experiencia que puede perdurar indefinidamente en la memoria y que, también, puede generar secuelas o consecuencias, al menos. 

Sin embargo, los defensores de lo indefendible me juzgarán. Mis congéneres y quienes hacen parte del posible crecimiento económico del orbe, están sentenciados a escribir prácticamente a diario. El 'chat' es el mar de errores y mensajes que nos ahorra el hablar, porque sencillamente es más fácil alegar desde el teclado que desde la voz. Al menos, para aparentar, funciona mucho. Pero nada queda de un chat. Es una vergüenza presumir un enriquecimiento lingüístico salido de ventanas emergentes amplificadas con sonidos irritantes y presurosos que cortan cualquier armonía previamente construida.

Posiblemente esa falta de paz para pensar y organizar ideas es la única que nos conlleva a lucir una falsa concisión, en especial, a quienes acudimos a Twitter para compartir nuestros pensamientos egoístas y solitarios, insultar y loar, acompañar y separar...

Y si me preguntan, no sé qué pasó el mes que recién pasó. Posiblemente quede uno que otro rastro de memoria representado crono-lógicamente, pero no permanece nada. Nada.

jueves, 24 de octubre de 2013

La cadena

Uno de los inventos más grandes y miserables de la sociedad premoderna fue la cadena. Este artilugio se encargaba de dar una seguidilla de eslabones que permitían asegurar y capturar con fuerza algo o alguien. Su intención no era otra. El portador era quien decidía para qué quería esas custodias. 

Los vínculos de la cadena siempre son sólidos. La mano del hombre generalmente debe ser incapaz de romper las soldaduras y los pliegues del metal. Si por justa o injusta razón éstas ceden, las cadena es inservible. La fracción no cumplirá su meta. Una vez dañado, no hay forma amable de recomponer la cadena, con la excepción de una herramienta; una extensión manual.

La cadena solamente cede cuando alguno de sus dos extremos sufre de presión superior y topa sobre el nivel de fuerza de la secuencia metálica. Lo mismo ocurre con los intereses humanos: cuando alguien pinta mejores oportunidades, lo más común es abandonar lo forjado para de nuevo hacer un camino. Por ello a veces tarda tanto el pensamiento en reflejar la máxima popular: "es mejor malo conocido, que bueno por conocer". El trabajo no se puede perder en comprensación por falsas ilusiones. 

Una vez se rompe la cadena, es mejor dejarla rota y no pretender reconstruir algo que por alguna u otra razón cedió y cuyos más íntimos cimientos no lograron soportar. No hay que forzar más la cadena; terminará por ceder.