Reconocer la necesidad que tenemos de los amigos es un paso esencial para gozar la vida. Ellos, como bien se ha dicho, son piedra angular en nuestro desarrollo social y emocional. Sin su presencia, pues, la vida carecería de mucho sentido. Bien lo expresó Baltasar Gracián hace varios siglos: “Cada uno muestra lo que es en los amigos”.
Independientemente de
lo que pueda considerarse por circunstancia o no, creo que los amigos cumplen
una misión en la vida, según el momento en el que llegan, para mostrarnos
muchas facetas que podemos ignorar, sea por protección personal –vía mecanismo
de defensa– o por simple ignorancia supina. Por eso hay unos que son para
siempre y otros que duran un poco menos.
Así, un buen círculo de amigos es, también, una buena red de apoyo. En cierta medida, quienes conocen el peso y calibre auténticos de ese vínculo sagrado, son ese primer auxilio psicológico que emerge cuando se presentan dificultades en el camino. Su obrar marca, sin importar sus conocimientos, el nivel de descanso que encontremos en sus consejos. Son esos primeros terapeutas, si les podemos llamar así, que alivian las angustias que asfixian a veces la razón.
Recientemente, he
entendido que conforme pasan los años se pierden amigos, pero las amistades
existentes se tornan mejores. Estamos en una época en la que hacer amigos nunca
había sido tan fácil, pero, mantenerlas, jamás había sido tan complejo, puesto
que hay un sinnúmero de alternativas para construirlas, pero, también,
tentadoras opciones para dejarlas morir al paso lento del tiempo. De allí que
la amistad tenga una bandera, una insignia que la hace única: la lealtad.
Dentro de este tipo de
fidelidad existe una mutua correspondencia. Sin embargo, esta no tiene por qué
ser cómplice. A veces los contactos humanos no requieren tanto de reciprocidad,
sino de retribución, es decir, no dar de lo mismo, sino de lo que se necesita o
merece y un verdadero compañero, como quien inspira esa columna, sabe bien de
eso.
Optar por jugárselas
por la amistad es una decisión sabia, pero no asumida como si el
relacionamiento interpersonal fuera un tráfico de favores, beneficios o
influencias; no como un culto o una reverencia, sino un atrevimiento a luchar
por las amistades: a amarlas, honrarlas y sostenerlas. Bien se sabe que son
veedoras y notarias de nuestro día a día.
Para cada ocasión
–dicen– hay un amigo o un mejor amigo. Están aquellos compinches de la fiesta,
están los acompañantes para salir a compartir un café o, también, quien ayuda a
sobrellevar el mal día, como quien escucha, regaña y aconseja; como quien se
ofusca y quien luego perdona. Creo yo que quien hace todo lo anterior y mucho
más es auténticamente un amigo; uno de los leales.
Todos queremos un
amigo amoroso y compasivo, pero todos, primero, debemos ser uno.
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