sábado, 30 de mayo de 2015

Despejar la duda


Aún recuerdo esos años llenos de angustias y anécdotas de colegio. Esa incontrolable frustración producida por las fórmulas, las funciones y las estructuras algebraicas. Siempre mi mente replicaba su uso. Nunca había repuesta que calmara mi descontento. Sin embargo, era lo único que se podía hacer. La obligación dictaba que era necesario terminar con los ejercicios para aprobar y, a la larga, aprobar es el único sentido que propone gran parte de la existencia. 


Para lograr un resultado exitoso en la clase y sus exámenes empapados en tedio, era perentorio saber despejar.  Despejar la equis, despejar la incógnita, despejar la duda que no permitía conocer una respuesta que la mayoría de ocasiones resultaba ser simple, evidente y hasta predecible. Eso sí, nunca he sido bueno en las matemáticas. La más elemental división se me hace complicada.

Eso mismo es lo que toma en la existencia redefinir la llanura de una situación que no tiene sentido o no lleva coherencia. Además, eso es lo que destruye la mayoría de las ilusiones, pues la curiosidad y la eventualidad entran en conflicto con el curso natural de todas las cosas.

Todo esto para complementar la anterior entrada de este blog. La duda fue despejada. Fue simple. La respuesta estaba ahí, era clara, pero no aceptada hasta que se hizo manifiesta por una de las partes. El egoísmo de no querer ver lo presente forzó a que la clara luz del día propusiera que lo que en principio es un campo productivo lleno de minerales, solo está compuesto por rocas que debilitan cualquier elemento que quiera dar raíces allí.

Y es claro que en la vida responder a los problemas se torna en otro problema. Hay quienes prefieren dilatarlos hasta que solamente encuentran una oportunidad a secas para resolverlo someramente y hay quienes luchan para deshacerse de cualquier proceso que pueda terminar consecuentemente en un problema. Relegar y prevenir. Pensar y hacer. Contrarios. Opuestos.


Ahí está respondida la duda, aunque todavía no entiendo cómo es que dicen que los opuestos se atraen cuando ninguno de los lados se dispone a abandonar sus propiedades. 

Por algo será que en esas funciones hay tantos irracionales...

sábado, 23 de mayo de 2015

Divina duda


Preguntarse cualquier nimiedad tiene su magia. La ausencia de la certeza permite que cada quien pueda determinar sus propios indicios e hipótesis y que estos le puedan conducir a una verdad con visos de amaño o a la peor de las torturas, si así es propuesto.


A veces uno se siente bendecido por la casualidad de ignorar elementos de los cuales resulta mejor un desconocimiento. Y, posiblemente, así se construya el entramado social y afectuoso que constituye la vida fuera del sector que se hace llamar productivo.

La elaboración de planes egoístas permite que cada quien vaya por su propio camino ignorando los ajenos. Es precisamente el rumbo que puedan tener las decisiones ajenas las que terminan por premiar netamente las argucias mentales; simples productos de la duda. A veces se presentan como variables y en muchas otras como ese sentimiento insostenible que brinda una corazonada.

Es evidente que es la duda la que me brinda ese potencial absurdo para escribir esta entrada, que no tiene ni pies ni cabeza, que tampoco logra abordar una catarsis y mucho menos encuentra una dedicatoria, para que, a través de perífrasis, se pueda comprender el alboroto interior que llevan estas desconectadas letras.

De saber si se está obrando correctamente, de creer que lo correcto es lo bueno, que lo bueno es lo que se debe hacer y lo anterior deriva en lo  que debe obrarse, provoca respuestas en forma de duda y reconocimiento de que ellas terminarán ganando espacio para mutar entre placeres o torturas.  

Y es allí cuando la coraza protectora comienza a tomar fuerza, a generar un dolor interno que busca disminuir en cuanto sea posible el daño posterior de la fuga de elementos que debieron mantenerse guardados por razones que cada quien ha de considerar íntimas y reflexivas.

Cuando sepa algo concreto, continúo con esta entrada, aunque ya creería saber lo que sigue. Excusas, despedidas y alegrías. 

sábado, 31 de enero de 2015

A Sandra

Fuiste una mujer luchadora. Hasta el final de los días diste de qué hablar. Aún nuestras conversaciones se soslayan en la maravilla de tu existencia. Y es que sí, ha sido muy complicado verte partir. No fui siquiera capaz de ver tu cara una vez en el cajón. Sólo pude asomar un ojo para verte parte de ese bello rostro, ese que aún conservo en mi memoria como un vestigio de una hermosa amistad, la misma que me determinó para abandonar muchos aspectos que ataban mi vida.

Y es que resulta imposible recordarte sin al menos un recuerdo hermoso, en el que nos dejas hermosas sonrisas, esa que siempre prediscaste, con tu muy hermosa tranquilidad. Qué osada fuiste. Cuanta verdad en tantos gestos. Y tus hijos, qué bellos son. Aún los veo y no lo creo. Unos tremendos luchadores que siguen el camino y no se quedan como nosotros, unos tristes mortales que aún lamentamos que te hayas ido a un mejor lugar, lejos de tanta gente que te hizo sufrir, de esa madre que te abandonó. Pero, sabes, querida Sandra, nada me hace más feliz que saber que aterrizaste en nuestra familia, que disfrutaste cada una de mis ocurrencias y me brindarte el más cálido embrujo para tenerte siempre en mi corazón. Aún no creo lo que pasó. Lo sé. Entiendo que pasaste por el dolor más grande, pero aún no lo asimilo. Así, y todas las cosas, sólo quiero agradecerte por la magnificencia de tu vida y por haber adornado mi existencia con tantas sonrisas, de gratitud y jolgorio.

Debes saber que no olvido ese día que bailamos la hora loca, bajo tanto calor, en una noche con alto fogaje. Ese día me marcó y ha sido de lo mejor que me ha ocurrido en mi vida. Sonreías. Parecía que fuiste feliz. Y eso nos hizo a todos felices.

Gracias siempre. Feliz viaje. Te extraño cuando contestas el teléfono y en muchos momentos. Ya llegaremos nosotros.

martes, 20 de enero de 2015

La muerte de un amigo


Siempre temí escribir esta entrada. La había pensado hace años, ya. No murió el que pensaba que iba a morir, murió al que iba a buscar para el consuelo. Y quizás eso hace todo aún más complicado. No lo sé. 

La foto se la robé a Juanita
Esta es la historia de don Alfredo, Alfredito, el doctor Gerena y cuantos convites le hice en cinco años de cercanía con el cantinero que siempre escuchó y pasó los malos y muchos buenos tragos. Es más, me parece peyorativo decirle cantinero, ni barman, ni alguna de esos oficios varios. Alfredo sabía y tenía una cosa que ya casi nadie sabe ni tiene: servir. Pulcritud y amabilidad. Ése era él. Le conocí cuando inicié mi universidad, justo en el primer semestre. Dedicaba los miércoles para ingerir licor con otros amigos de otra universidad, no porque quisiéramos desafiar el sistema o algo así, sino porque estábamos cómodos y alegres. Nos sentíamos como en las salas de estar de nuestras casas.

Y, probablemente, fue así como me enamoré de Baco, la que bien pudo ser la casa, por encima de cualquier vivienda, de Alfredito. En Baco había de todo, como en botica. Para un taurino, era ese momento de temporada que uno no temía que llegara al domingo. Para cualquier otro, un sitio con una moral cultural invaluable, llena, en cada una de sus esquinas y techos, de historias. Desde una cabeza de toro hasta una bola de espejos. En Baco había de todo. Lo mejor, eso sí, era su dueño. Porque no hay Baco sin Alfredo, ni mucho menos pudo existir el Alfredo que conocí sin Baco.

Dentro de Baco no existían calendarios. Raramente vi uno. Siempre era viernes, sin importar la fecha. Había aroma y ambiente festivo. Don Alfredo a veces se iba de su negocio y cuando volvía, nos encontraba sentados —a mis mejores amigos, porque solo a ellos les convidaba el placer de ir a Baco—, una vez adentro, nos saludaba con una sorpresa llena de picardía, remarcando el milagro de la visita o la ironía por volver tan prontamente pese a las resacas.

Un muy buen amigo me decía en la visita al servicio de velación, a quien le duele tanto como a mí la partida súbita de Alfredo, que el sitio era perfecto. Ofrecía comodidad, música al tono perfecto, además de atención sin igual. La bohemia en pleno. El tubo de escape al esplín propio de la realidad.
Alfredo se fue en su ley. Rápido y en su hogar, el mismo que nos abrió a todos, sin importar cómo fuésemos y con quién fuésemos. Me duele saber que lo más posible que es jamás estaré de nuevo en él. Y es ello lo que, quizás, me desgarra cuando termino de escribir este texto desordenado… Con Alfredo también muere una etapa de mi vida que no tenía preparada para dejarla partir y eso es lo que pasa, que se marcha un amigo y también una buena parte de nuestra nueva esencia.

Por eso, siempre te digo, y aunque deba apretar las muelas a su máximo punto para no caer, gracias, millones de gracias don Alfredo Gerena. ¡Gracias por tanto, buen hombre!


Descansa en alta paz con tu Yiyo y tu amada Rocío Dúrcal. Sé que estás muy bien con ellos. Ya nosotros nos ingeniaremos algo. Hasta luego, MINISTRO.

martes, 13 de enero de 2015

El punto de quiebre

Salud es llamar las cosas por su nombre, a pesar del dolor o la dicha que las mismas puedan traer a la condición existencial. Inquietarnos por la retribución de las cosas es como respirar, suele ser un evento mezquino, pero profundamente importante. Todos queremos nuestras partes, desde los justo y lo equitativo. 

Pero cuando esa sustracción de elementos no comprende una clara conjunción, no hay forma de reparar. El proceso de evaluación autodestructiva comienza como si se tratara únicamente de la normativa clara de la egolatría. Son esos instantes, algo lapidarios, que dan a entender que todo sale mal, y así, hasta alcanzar un fondo que no existe, porque suele ser más superficial cada vez, aunque se le notasen más honduras. 

No sé con qué seguir. Después intento más...