jueves, 27 de marzo de 2014

Dar de y darlo todo

La diferencia puede parecer somera y ligera. Quienes agradan de servir, muchas veces se avocan a la dura diferencia que se libera de la responsabilidad del agradecimiento y aquellos que ven en el servicio una obligación demandante y que confiere licencias de las cuales no se puede prescindir. 

Cualquier persona que se proclame ayudante de una persona indiferente debe pasar a alinearse con los amigos de las causas perdidas y las emociones robadas. 


Pero claramente un acto generoso demanda y requiere de dos partes. Sin embargo, se torna ruidosamente difícil cuando alguno de estos elementos no confiere la importancia que debe ostentar. Es imposible cargar con una agenda cuando uno de las partes no pretende ni siquiera mover un dedo por la comisión de algún hecho previamente pactado. 

De lo anterior se pueden desenvolver tensiones, decepciones, engaños y la más triste aún, burlas. 

Debiera ser punitivo que una persona que se aprovecha de la nobleza ajena, sin importar sus magnitudes, pueda seguir suelta y muerta por ahí, entre la sociedad, sin siquiera preguntarse por qué recibe una ayuda que no atesora, un cariño que no aprecia y un tibio tiempo que pierde.

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua asume el coloquialismo 'atembado' a las siguientes acepciones: atolondrado, atontado.

Y en realidad puede ser así. Una persona que dadiva y dadiva, que da y da, y entrega su bondad al resto sin observar apreciación alguna puede ser un atembado que requiera una dosis de realidad de aquellos que nada lo ven, lo aprecian y lo entienden.

domingo, 16 de marzo de 2014

"Palo porque bogas y palo porque no bogas"

Existe una menuda diferencia en todos los terrenos entre la oportunidad y la condena. No aceptar la oportunidad abre la puerta a la condena, mientras que condenarse cierra toda posibilidad.

A la hora de la verdad son miles —sino millones— las ocasiones en las que buscamos condenas propias. Algunos, incluso, se han inventado patrañas de psicología inversa para redimensionar los efectos de aceptar o negar.  Por ello no hay nada más acertado que el dicho "palo porque bogas y palo porque no bogas", pues siempre habrá una reacción negativa a cualquier acción por inocente e inadvertida que ésta sea. 

Aceptar es muchas veces una daga que se clava dentro del comportamiento más básico posible. Mientras tanto, denegar es asimilar lo sacro de la crítica, pues nadie logra comprender los motivos que llevan a alguien a decir no. 

Es sabido que Lucio Séneca supo descifrar los códigos que esgrimo en este blog, pero su idea siempre fue clara, por ejemplo, en este caso: 

El destino ayuda a quien lo acepta y arrastra a quienes se resisten.
Íbidem: 
 La desgracia es ocasión para la virtud.
No es necesario decir más.

sábado, 15 de marzo de 2014

Las nimiedades


Es vulgar que la vida se vea más clara bajo estados alterados de consciencia, sea por consecuencia recreativa o necesaria. Son aquellos momentos los que más se atesoran y por ello se disfrutan con las personas a quienes buscamos ofrecer nuestra estima.

Hablar sin rodeos es vital. Ofrecer estima es también buscarla en otras personas e interponer un canal que permita establecer básicamente los aspectos más elementales de la naturaleza emotiva de los seres que nos hacemos llamar humanos, sin constancia de tal, i.e., asumiendo un rol mecánico y rutinario de la existencia.

Las nimiedades son la piedra angular que sostiene todo tipo de relación interpersonal, bien sea amistosa (afectiva), amorosa (dependiente), laboral (circunstancial) y familar (esencial). En ellas se encierra la razón completa de todos los eventos de las relaciones. En ellas se edifican las más bizarras amistades, los más injustos recuerdos y más amargos momentos.


Es curioso que las nimiedades tengan esa capacidad de cambiar los matices de algunos periquetes. De agónicos pueden pasar a formar episodios fervientes, como de instantes de alegrías a minutos lacónicos. Es más, las nimiedades se dan el lujo de reformar las prioridades, algo que resultaría casual en cualquier mente humana, incapaz de retomar flujos correctos de tolerancia y coherencia.

Las rocas componen los más férreos volcanes. Así se constituye físicamente la Tierra que nos tocó habitar. Analógicamente, le llaman motivos, aspectos deformados que se apilan como escombros cuando la luz escasea y el dolor tensiona las venas. Se siente, en contados casos, una presión enceguecedora en la cabeza, como una terminal drástica que necesita evacuar la tensión previamente acumulada.

Lo anterior demarca también las bondades de las nimiedades; ellas no se quedan con algo ni con nada. Su génesis abarca precisamente un cierre a los conceptos y una amplitud a las actitudes. Las emociones, que tanto trabaja la humanidad por controlar, sean en expresiones corteses o cortesanas, son el río que controla el cauce constructor y destructor de la psiquis humana y sus aspectos incomprensibles.

Otros le llaman catarsis, pero para eso se hizo este blog. Expresiones precoces de procacidad. Y, en realidad, a eso se refieren las nimiedades; procacidades.

Bien lo recita Ignacio Copani en su canción Constuir y Destruir (publicada una entrada anterior) con los siguientes epítetos. 

Hay que embarrarse con la inspiración,
Hay que mirarse por dentro y no hacer lo que todos desean.
Mucho más cómoda es la posición de dar la crítica sorda y pedante,
despedazando con rabia y rencor al autor y al cantante.

sábado, 4 de enero de 2014

Cometer errores

Errar bien puede ser una bendición inadvertida y que sufre de la más agreste de las famas. La noción social de equilibrio vital conduce a evitar cuanto sea posible la comisión de errores, como si ello fuera un punto fundamental para destruir una senda.

Pero, más allá de cualquier difamación moralista, cometer errores es la mejor forma de calmar la mente —o el alma, dependiendo de la arista que se tome— y  con la cual la redención de la realidad adquiere sentido.

El error en su génesis sufre de miedo y desprecio. Luego, produce zozobra, pánico; miedo. Después llegan las dudas que quieren dar con la razón de su existencia, de su haber en la propia existencia y los cambios que posiblemente estos puedan forjar. 

Si no hay error, no hay vida. Es simple. El error, en consecuencia, lleva vida y dinámica. El cambio depende básicamente de errar, sea con voluntad o con dolo. La verdad de la vida está en reparar y mejorar, lo cual resulta imposible si se le hace 'el quite' al dolor, o lo que muchos llaman el pecado. 


jueves, 28 de noviembre de 2013

La moral de torpes

Perdonen el siguiente exordio:

Desde hace poco hay un pensamiento que se encajó en mi filosofía. Uno que puede ser malo, pero también; bueno. En realidad es un sentimiento, quizás, con tiempo de vencimiento como todas las emociones. 
Moral, ¡cuánto te odio! Moral de máximos y moral de mínimos.

Pocas cosas recuerdo, en verdad, de mi clase de ética periodística. Pero saber que existe esa medición de desgracias y oportunidades logra agotar esa tolerancia de las que muchas veces dudo que exista. La moral es una maldición impuesta bajo los más férreos temores y dogmas, la que nos ha convertido en jueces y señores de actos ajenos, con capacidad propia de saber qué está bien y qué está mal en una mente ajena.

¿Por qué algunos se toman el descaro de juzgar a alguien porque se recrea viendo pornografía? ¿Por qué lo llaman algo inmoral? ¿Por qué las personas no pueden hacer sus cosas libremente? ¿Somos una sociedad tan reprimida?

El catalizador de estas dudas existenciales es el video que he incrustado al final de este demencial escrito. Ya ustedes juzgarán por qué no lograremos tener éxito en la vida, acostumbrados a imponer nuestra pobreza, la razón por la cual vivimos centrados en la miseria intelectual y social. Nadie puede ser mejor que nosotros; todos debemos ser igual de acomplejados.

Eso somos nosotros. Unos avaros.