Entre las grandes dicotomías que puede enfrentar un ser
humano atormentado está el querer rendirse en algo que busca continuar. Son,
ciertamente, dos caminos que no se unen en ningún punto y exigen de cada uno la
necesidad de tomar una decisión y, lo más importante, vivir con ella.
Entrar a un espeso bosque y reducirse a la sabia
paciencia de la naturaleza es adentrarse en todo universo que aparenta quietud,
en el que se siente observado cada movimiento personal, por errático que este
fuese y hay un pasaje claro de la entropía al orden natural.
Vista aproximada hacia el suroriente desde lo colosal del bosque del cóndor de los Andes. |
El campo abierto tiene su magia porque es seguir
explorando la naturaleza desde el punto ignorante supino o rayano de cada no. Por
cada instante de caminata en terrenos desconocidos, tengo suficiente tiempo
para cuestionarme cómo labran caminos entre árboles, como encuentran el norte o
el sur, y pueden proclamar siempre victoria en lo que hacen. Mi estúpida astucia
citadina me critica por ser un incapaz ante todas estas gestas anónimas campestres.
La sabiduría que podemos derivar de observar lo
heterogéneo del paisaje nos puede enseñar que es estulta nuestra necia
necesidad humana de querer hacer todo homogéneo, todo igual, como si no hubiera
impronta. Solo con parar y observar la multitud de las hojas y ver que ninguna
es igual a otra, que conviven pequeñas y grandes, intensas y pálidas, vivas y
caídas.