Trataré de ser breve: estoy algo somnoliento, la
lluvia me arrulla y la inspiración no creo que tenga el kilometraje para otra
entrada llena de sentimiento cursi y despreciado.
Así que me iré por una intentona de explicación de
algo que apenas entiendo.
Dicen por ahí que cuando una puerta se cierra, mil se
abren. Aunque la exageración de este dicho es algo grosera, sí tiene tintes de
certeza. No porque realmente lleguen nuevas oportunidades a la vida, sino
porque finalmente salimos del trance deplorable de priorizar casos sobre otros
que aún no han gozado del derecho del reconocimiento.
Eso sí, lamentable sí es, pues, que abrir las nuevas
puertas exija perder la esencia. No es posible que sea perentorio un cambio de
filosofía para poder aprovechar las oportunidades nuevas. ¿Entonces qué sentido
tiene habitar con el pensamiento ajeno? Y es que uno de los grandes problemas
de esta edad es creer que a la otra persona hay que ordeñarla (no sean
malpensados) bajo dosis de incertidumbres, intrigas y actos groseros… A lo
último siempre he sido vehemente: ¡qué feos son los chats notificando cuando
alguien deja algo leído! Me quedé en las llamadas; quizás las videolladas,
porque gozan de tacto y emoción, curiosamente. Pero, peor así, es que haya
quienes crean que eso es parte de una brillante estratagema para conquistar o
llamar la atención de alguien. ¡Por favor! A todo esto hay una preciosa
vulgaridad anglosajona: Bullshit.
Y eso es lo que ocurre. Si la oportunidad se pierde
fresca, no queda más que olvidarla y seguir luchando por observar otras a pesar
de estar sobre ellas… Pero nunca se debe renunciar a la esencia, dado que
considero que la avaricia temporal y social es uno de los defectos más
aterradores de un ser humano. Puede ser por falta de control o porque nunca podremos
o podrán, quién sabe, salir de los casi circadianos problemas y dramas.
El que quiera, que quiera y lo consiga y el que no,
que mejor sepa huir.
Y... No seamos tan procaces, aún tan precoces.
Y... No seamos tan procaces, aún tan precoces.
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