sábado, 15 de agosto de 2020

Personas inesperadas


Es una costumbre generalizada de nuestro actuar humano , asumir que el círculo social más íntimo constituye el mundo en su esplendor. Solemos envolvernos de tal modo en nuestras relaciones que nos enfrascamos en dimensiones en las que solo hay espacio para lo conocido. Permanecemos ciegos al hecho que, fuera de esa burbuja imaginaria, hay verdaderos tesoros en forma de personas, experiencias y situaciones, esperando por ser descubiertos. Tesoros que se revelan de la manera más fortuita, pero justo cuando más lo necesitamos.

Somos seres sociales por naturaleza, no nos gusta caminar solos, por ese motivo desde muy temprana edad conformamos nuestra propia manada. Conectamos con personas que serán la compañía ideal para cada una de nuestras aventuras. Algunos de ellos permanecerán mucho tiempo, quizás toda una vida. Otros, simplemente cumplirán con un propósito que les hemos permitido en nuestro camino y, luego, su figura se irá disolviendo con el tiempo dejando solamente una estela de recuerdos.

Paradójicamente, a medida que nuestra existencia avanza, el hallazgo de nuevas personas disminuye. Es como si la relación entre el tiempo y la socialización se hiciera de repente inversamente proporcional. Cada vez confiamos menos en lo desconocido y encontramos nuestra seguridad aferrándonos a aquellos que siempre han estado ahí.

Conozca cómo termina el texto en www. mateotrujillog.com

domingo, 9 de agosto de 2020

La autenticidad

Quizás lleve años escribiendo en mi mente este texto y es probable que el resultado no sea justo ante mis reflexiones alrededor el punto -que considero- es el más importante dentro de la personalidad de un ser humano.

La autenticidad es un reflejo automático del valor de una persona consciente. Para serlo, hay que estar seguros de quiénes somos y reconocer nuestro sentido dentro de la vida. Para ser auténticos habría que repasar una señal holística dentro de la axiología y notar las bases y sustentos que dan pie y garantía a nuestro ser.

Hace falta perdernos, reconocernos y encontrarnos. En muchos casos vemos a personas con vidas aparentemente resueltas y sin mayor viso de problema sucumbir ante sus miedos más propios e íntimos. Ante esos solo hay desconfianza, a sabiendas que solo es en el caos cuando aprendemos a tomar las decisiones que marcan esencialmente la impronta de lo que somos.

Pero somos torpes. A veces queremos parecernos a otros para sentirnos aceptados… ¡Cómo si nosotros fuéramos esos otros! Es un error que se repite por el miedo mismo que nos significa no sabernos aceptados por quienes somos. Para calmar esas angustias mentales, decidimos sacrificar nuestro desarrollo propio y nos enquistamos deseos ajenos como personales. Y, cuando empezamos a vivir lo que no es nuestro, definitivamente le robamos tiempo a nuestra vida para forzarla a ser solo un garabato con el tiempo contado.

miércoles, 22 de julio de 2020

Parados en estiércol de vaca

Para Manuel Mejía Robledo y don Jaime Botero y su dulce familia.

Entre las grandes dicotomías que puede enfrentar un ser humano atormentado está el querer rendirse en algo que busca continuar. Son, ciertamente, dos caminos que no se unen en ningún punto y exigen de cada uno la necesidad de tomar una decisión y, lo más importante, vivir con ella.

Entrar a un espeso bosque y reducirse a la sabia paciencia de la naturaleza es adentrarse en todo universo que aparenta quietud, en el que se siente observado cada movimiento personal, por errático que este fuese y hay un pasaje claro de la entropía al orden natural. 
Vista aproximada hacia el suroriente desde lo colosal del bosque del cóndor de los Andes.
El campo abierto tiene su magia porque es seguir explorando la naturaleza desde el punto ignorante supino o rayano de cada no. Por cada instante de caminata en terrenos desconocidos, tengo suficiente tiempo para cuestionarme cómo labran caminos entre árboles, como encuentran el norte o el sur, y pueden proclamar siempre victoria en lo que hacen. Mi estúpida astucia citadina me critica por ser un incapaz ante todas estas gestas anónimas campestres.

La sabiduría que podemos derivar de observar lo heterogéneo del paisaje nos puede enseñar que es estulta nuestra necia necesidad humana de querer hacer todo homogéneo, todo igual, como si no hubiera impronta. Solo con parar y observar la multitud de las hojas y ver que ninguna es igual a otra, que conviven pequeñas y grandes, intensas y pálidas, vivas y caídas.

martes, 23 de junio de 2020

Dos grados Celsius (2°)

Con el tiempo he aprendido que lo que doy por aprendido lo debo desaprender o modificar. Siempre había entendido que las temperaturas máximas en Manizales llegaban, a lo sumo, a los 24° C, pero que una temperatura máxima promedio estaría por los 21° C y 22° C.

En casa guardo varios aparatos (con termómetros incluidos) para medir la vibración del calor atmosférico y despreciaba sus lecturas de la temperatura. Consideré que estaban mal, que estaban captando más calor del existente, quizás por radiación o porque estaban cerca de un punto que irradiaba calor.

Foto de @ElPlanetaManuel - Manizales ya se levanta con más cielos azules que neblinas clásicas
Hace algunos días llegué a la noción de entender –no es una conclusión– que las temperaturas en Manizales ya son más cálidas, por 1° C o 2° C, sobre todo, porque los movimientos de vientos nos han traído más humedad y estas montañas han cambiado la manera de recibir sus precipitaciones. Es un cambio que se vería inexplicable, porque en los municipios del vecindario incluso puede llover más. Por lo tanto, todo es cuestión de estudiarse.

Además, hay que anotar con suficiente tino, que Manizales es una capital fuera de serie en Colombia. Sus barrios, a diferente altitud, hacen que el panorama climático cambie. No se puede comparar a Chipre, con su bruma casi diaria, con lo que sucede en La Enea o los barrios del sur.