martes, 28 de octubre de 2014

El error


Debo confesar que la noche de ayer lunes tenía muchos motivos. Pensé en pausar mi sueño nocturno para redactar esta entrada. Sabía que si lo hacía así, perdería toda la noche; terminaría desvelado por todos los pensamientos intrusivos que, como cascada del más borrascoso río, llegaban a mi mente, atormentándome por una sola cosa: cometer un error y herir al inocente. 

Cuando se lleva una errata entre pecho y espalda no se es persona.

Hace poco veía en televisión una entrevista a Yidis Medina, una señora que como un ‘mágico’ de la época del narcotráfico, llegó de barrer cafeterías en Barrancabermeja (Santander) a decidir el curso de la Carta Magna de Colombia. Ella votó, prevenida de pensamientos y ambiciones, la reelección presidencial que le dio el segundo término ejecutivo a otro utilitarista político. Ella no sabía lo que hacía; solo pensaba en lo que soñaba, en la mentira que se creyó, en el engaño que compró, sin pensar en que el daño ya estaba hecho.

Y ése es precisamente el precio de los errores. Los yerros, como me enseñaron en el colegio a llamar a los más vergonzantes y difíciles de superar de su índole, no se desprenden hasta acabar con todo, hasta lograr que la culpa consuma por doquier lo que ve; lo bueno, lo malo y lo loable. A que las buenas acciones del pasado sean un episodio más para validar aquella frase del reverendo Martin Luther King Jr. en la que advertía: “Nada se olvida más despacio que una ofensa; y nada más rápido que un favor”. Y sí.


lunes, 20 de octubre de 2014

No hay título. Digresión.


Ciertamente, durante días recientes he encontrado la mejor compañía en la música. Y con ello no supongo que los sonidos reflejan en mí simple movimiento en los osículos auditivos, sino que fuerzan una activación interior que me obliga a escuchar una pista una y otra vez. Como dirían los estadounidenses, en medio de su vasta creatividad lingüística, over and over.

Fue precisamente la radio, esa que pongo cada mañana mecánicamente a que me hable sin que se sienta ofendida porque le ignoro la mayoría del tiempo, la que me trajo a la vida la trompeta y las notas de Herp Albert & The Tijuana Brass. Taste of Honey, Spanish Flea, Limbo Rock y Tijuana Taxi componen desde hace un par de semanas cada uno de mis días; quién sabe hasta cuándo o en qué punto me canse.




Soy creyente de la música como fondo memorial de los ciclos varios de los que se compone la existencia. Solo basta con escuchar una canción para rememorar, llorar, alegrarse, sentir nostalgia o, simplemente, mover cualquier parte del cuerpo al ritmo de los instrumentos.  Letras y composiciones se enganchan en el recuerdo para hacernos sentir, para conmutar mente y cuerpo en la más ridícula armonía. También es una forma de vivir, de sentir.

jueves, 7 de agosto de 2014

Lo imposible

El tema emocional es terrible y parece simple en cualquier formato. 

Dicen los que saben, porque de ello no sé en lo absoluto, que el amor logra enceguecer a quienes en sus redes caen, sea por acción y omisión. Esa emoción, contraria a la razón, puede despejar la duda que ninguna explicación puede pretender. 

Y es que es complicado escribir un texto con base en la emoción, porque precisamente ella no permite que se le retrate, explique, comente y/o describa. Quizás, por esta misma razón, es que todos preferimos lo que no se puede escribir, pero que sí genera cambios profundos dentro de la psiquis de cualquier persona. 

Para vivir con la emoción hay que ser rijoso. Estar a la espera de confrontar lo que llega y tomar de las píldoras impredecibles que conciben los eventos inesperados del contacto con ésa o esas personas que permiten el establecimiento de una conexión emotiva. 

A veces las emociones y los sentimientos son imposibles. Probablemente, no existe el balance que debe existir en una relación interpersonal de 50-50, 40-60 e, incluso, 30-70. Pero hay casos en los que tal contacto no es sostenible, porque parte de un cero ante un cien, o condiciones máximas en frente de unos mínimos implacables. Es simple: no existe interés y tampoco opción de sacrificio. 

sábado, 26 de abril de 2014

En vano

No se puede negar que los sacrificios en vano son los que más duelen. Poner el esfuerzo único de algo en alguien resulta ser una jugada peligrosa y dolorosa, que toma su forma en cuestión de días, luego de que por fin las naturalezas dominan a sus dueños.

Pero dígame, cómo debo aceptarlo. Es complejo, cuando adentro gobierna una razón sin razón y sin sentido. Cuando lo dicho debe ser lo que debe ser sin que otro comando cambie el curso natural de las cosas. 

Lo lógico sería aprender a calmar los ánimos y comprender que las reacciones son infinitamente distintas en cada quien y en ese orden de ideas también se reduce o se maximiza un evento, un esfuerzo, un encuentro. 

Perder el esfuerzo es doloroso. Una daga que se clava entre el orgullo y la inocencia. Sin embargo, una vez decepcionado por toda eventualidad no queda más que entender que ese tiempo perdido no volverá, pero que, a su vez, no retornará jamás para exprimir. 

Eso sí, hay que tener voluntad de no querer caer nuevamente con la misma piedra.