jueves, 13 de abril de 2017

La cosificación del hombre y la codicia

Al hablar con un casi extraño sobre este tema lo primero que se evidencia es que es un evento que sucede con todos. Sin embargo, ahora sucede con mayor frecuencia, en cualquier clase de círculo, sin que su presencia se ocupe de llenar una casilla calificativa.

La atracción del hombre por reducirse es atractiva desde lo curioso y lo simple, pero no deja de ser angustiante por las nuevas formas de sumisión de la codicia, aquella que motiva en muchos casos y en otros momentos puede significar un silente enemigo con enmiendas letales.
Todas las conclusiones de este escrito –si es que lo son- hacen parte de la aguda reyerta del contacto permanente con las trivialidades de los demás, quienes en su mayoría se sienten en necesidad de tener que contar algo, por nimio, irrelevante o falso que sea. Hay que ser claros, cuando se publica algo la intención nata es contarlo, que se sepa, que se conceptualice y al final, como todo, se genere un juicio que quizás le importa a… ¿nadie?
Y eso ha sucedido con la cosificación de los hombres. Son generaciones vanguardistas las que buscan contar fragmentadas historias cuyos momentos de crudeza y dolor nunca parece, precisamente aquellos episodios enriquecedores. Y en realidad, dentro de ese mar de dudas nace la desconfianza hacia aquellos que se sienten representados por cosas que desean tener, hacer y magnificar con colores ángulos y filtros.
Cualquiera se podría ir al caso… Ahora pocos publican sus talentos y sus logros en sus irrelevantes y obsolescentes historias. Lo que es común ver es un ciclo eterno de sujetos mostrando que comen –como todos-, que corren –como todos-, que viajan –como todos-, que pueden amar –como todos-, pero nunca que sufren –como todos-.
Por eso lo pusilánime de todas estas cosificaciones, de aperturas vacías a vidas irrealizables, pues simplemente hay empeños vacíos como estos de querer vidas episódicas. Quizás, a raíz de todo ello, resulta difícil creer en estas historias existenciales que no llevan hilos conductores, sino que parecen narradas por flashes o momentos reveladores.
Pero, en realidad, ¿a qué va esto? Para soslayar aquellas dichas con las verdaderas necesidades… ¿Qué hacen falta más cenas fastuosas, reconocimientos de falsos méritos en caminadoras, de salir más allá de las esquinas más próximas, para conocer y tener algo que realmente contar, de saber que como se quiso, también se puede odiar o recordar?
Así que no queda más que desconfiar de aquellas historias perfectas, que aunque no dicen nada, pretenden sustentar vidas perfectas en infiernos perfectos. Por ello, siempre tendrá mayor valor de verosimilitud apreciar el silencio de un atormentado, que los falsos ascensos del cosificado. Pero, lo más inentendible, y hasta inenarrable, es que hay quienes quieren todo eso, lo envidan, lo desean, lo buscan, lo viven, y después solo quieren morir. Mucho más fácil es vivir de verdad y ciertamente, ya otros han vendido y comprado todo aquello que quieren ahora ofrecer.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Misión cumplida

Hay días laborales que uno concluye satisfecho, sea porque se alcanzó el objetivo o porque el rendimiento fue el esperado y todas las tareas se sortearon efectivamente. En otras ocasiones no hay explicación. Simplemente se está bien y el gozo eventual es colosal.
Quizás eso ocurre hoy también. 

En momentos, parte la gracia plena de un riesgo no está en lograr el objetivo como tal, sino en haber tomado las fuerzas para el intento y dar el paso. Abandonar lo que llaman ahora la zona de confort es fundamental para afrontar el fracaso con alegría.

Existen varios ingredientes que se adhieren a la receta de la plenitud a pesar de la derrota. Hacerlo con afecto, con seguridad y con clara consciencia de cualquier consecuencia son algunos de ellos. Tener los pies en tierra, sin truncar sueños es un híbrido que suele funcionar bien cuando el terreno es movedizo, incierto y quizás no el esperado.
Aplica, sin temor a duda alguna, en maduras como en verdes, decir como la canción Let it be.

sábado, 19 de septiembre de 2015

En vano

Cuando era niño, en los angustiantes años colegiales, un problema siempre fue entender la locución en vano.
Jurar en vano. Tremendo lío tener que jurar a la bandera y al Pabellón Nacional algo que recitaba mecánicamente, pero que no entendía siquiera. Por ello, jamás juro, y menos a la bandera. Apartadamente la saludo. 

Vano después tendría más cabida conforme avancé en el conocimiento de las acepciones y sus aplicaciones dentro del simple contexto ordinario de la vida. Acciones en vano y palabras en vano. Pareciera que el término fuera un caparazón para cubrir lo infructuoso, infectivo y débil de la humanidad.

Seguramente el lazo de causalidad que hay entre el obrar y tener la cabeza vana por el exceso de trabajo -y no precisamente el productivo- es el que mantiene latente los intentos por hacer, pero, también, el que sostiene los fracasos de logros.

Un esfuerzo en vano es todavía más complejo de lidiar. Una de mis frases de cabecera para describir ese sentimiento es “tanto nadar para morir en la orilla”, y quienes me conocen saben que suelo usarla con severidad. Existen posibilidades de fe de erratas, de voluntades nobles. No obstante lo anterior, todo esfuerzo en vano es un desengaño existencial cuya reparación solo viene acompañada de la chispa del entendimiento posterior.

Sin embargo, nunca un intento debe ser retenido por el solo hecho de que puede irse a un saco roto. En la vida sobran los remordimientos y los arrepentimientos, pero siempre será mejor arrepentirse por haber hecho que por no haberlo siquiera intentado.
Debe ser una fórmula para crecer con templanza 

sábado, 30 de mayo de 2015

Despejar la duda


Aún recuerdo esos años llenos de angustias y anécdotas de colegio. Esa incontrolable frustración producida por las fórmulas, las funciones y las estructuras algebraicas. Siempre mi mente replicaba su uso. Nunca había repuesta que calmara mi descontento. Sin embargo, era lo único que se podía hacer. La obligación dictaba que era necesario terminar con los ejercicios para aprobar y, a la larga, aprobar es el único sentido que propone gran parte de la existencia. 


Para lograr un resultado exitoso en la clase y sus exámenes empapados en tedio, era perentorio saber despejar.  Despejar la equis, despejar la incógnita, despejar la duda que no permitía conocer una respuesta que la mayoría de ocasiones resultaba ser simple, evidente y hasta predecible. Eso sí, nunca he sido bueno en las matemáticas. La más elemental división se me hace complicada.

Eso mismo es lo que toma en la existencia redefinir la llanura de una situación que no tiene sentido o no lleva coherencia. Además, eso es lo que destruye la mayoría de las ilusiones, pues la curiosidad y la eventualidad entran en conflicto con el curso natural de todas las cosas.

Todo esto para complementar la anterior entrada de este blog. La duda fue despejada. Fue simple. La respuesta estaba ahí, era clara, pero no aceptada hasta que se hizo manifiesta por una de las partes. El egoísmo de no querer ver lo presente forzó a que la clara luz del día propusiera que lo que en principio es un campo productivo lleno de minerales, solo está compuesto por rocas que debilitan cualquier elemento que quiera dar raíces allí.

Y es claro que en la vida responder a los problemas se torna en otro problema. Hay quienes prefieren dilatarlos hasta que solamente encuentran una oportunidad a secas para resolverlo someramente y hay quienes luchan para deshacerse de cualquier proceso que pueda terminar consecuentemente en un problema. Relegar y prevenir. Pensar y hacer. Contrarios. Opuestos.


Ahí está respondida la duda, aunque todavía no entiendo cómo es que dicen que los opuestos se atraen cuando ninguno de los lados se dispone a abandonar sus propiedades. 

Por algo será que en esas funciones hay tantos irracionales...